Estimados amigos: Estos ensayos biográficos nos cuentan la historia de seres que han caminado y brillado en el mundo de la música, quienes surgen de estudios especializados y otros son autodidactas. En Tierra de música y erranzas, Marcelo Valdospinos Rubio e n forma detallada y apasionada, nos lleva de la mano a conocer la trayectoria de hombres virtuosos: Virgilio y Ulpiano Chaves, Gonzalo Benítez, Guillermo Garzón, Alejandro Plazas, Arturo Mena y Germán Martínez. Hechos, éxitos y confidencias. Reciban este poético y documentado libro, y disfruten de su lectura. Msc. Arianna Valdospinos B. Marcelo Valdospinos Rubio Tierra de música y erranzas Otavalo, junio 2020 Marcelo Valdospinos Rubio Tierra de música y erranzas “El pasillo es la máxima expresión de la música popular y mestiza. Elegante, bohemio, utópico. Con mensaje doliente, pero dolor que es arteria de liberación existencial. Pasillo que coquetea con el recuerdo y el olvido”. Marcelo Valdospinos Rubio Marcelo Valdospinos Rubio TIERRA DE MÚSICA Y ERRANZAS © Marcelo Valdospinos Rubio valdospinosrubio@hotmail.com Portada: Gonzalo Meneses Portadilla: Oliverio Corrales Dibujos: Julio Flores Ruiz (Virgilio y Ulpiano Chaves, Ulpiano Benítez). Guillermo Castro Chávez (El Empedrado y San Luis). Diseño: Julio Flores Ruiz Otavalo, junio 2020 TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 5 Contenido LOS CHAVES, –Y su dinastía de música clásica y popular– 7 GONZALO BENÍTEZ GÓMEZ, –Y sus “canciones del alma”– 13 GUILLERMO GARZÓN UBIDIA, –El ruiseñor de la fuente– 21 ALEJANDRO PLAZAS DÁVILA, –Y su música de vecindad y júbilo– 30 ARTURO MENA, –Y su flauta mestiza y nativa– 37 GERMÁN MARTÍNEZ CADENA, –Cimiento y simiente de arpegios– 44 BIBLIOGRAFÍA, 51 CONTRAPORTADA Arianna Valdospinos B. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 7 LOS CHAVES –Y su dinastía de música clásica y popular– A ese Otavalo diminuto y tierno de finales del siglo XVIII llegó un prestigioso músico español Santiago N. Chaves que se enamoró de su paisaje lleno de suaves hondonadas y riscos parameros y decidió ser parte vital de él. Su hijo Nicolás Chaves –nacido ya en Otavalo en 1799 y fallecido en 1836– fue organista y maestro de capilla en la Iglesia de San Luis. Padre de tres hijos: Rafael Chaves, director de la banda Batallón Vargas, de Quito. Francisco Chaves, expedito en requinto, violín y arpa, maestro de capilla de El Jordán; y, Nicolás (II) Chaves, artífice del clarinete. 8 Marcelo Valdospinos Rubio Rafael Chaves procreó cuatro hijos: Ramón, Antonio, Nicolás y Pastora. Nicolás (II) con tres hijos. Y Francisco Chaves, casado con Dolores Orbe, tuvo dos hijos: Virgilio y Ulpiano. VIRGILIO CHAVES ORBE (Otavalo, 1858): Músico y compositor de gran prestigio. Así lo confirman dos distinguidos intelectuales: “Virgilio Chaves fue un músico humano y completo, grande en su época. Superior al medio en el que se desenvolvió” dice Víctor Alejandro Jaramillo. “Virgilio fue un magnífico y fecun- do compositor popular de inconfundible originalidad”, confiesa Gustavo Alfredo Jácome. Ellos nos narran cómo el maestro Virgilio Chaves al violín –y Ulpiano al piano– venció en una tarde TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 9 memorable al consagrado Carlos Pollo Ortiz, asistido por Aparicio Córdova. Frente a frente el autodidacto y el académico. Un público numeroso, en La Alameda, fue testigo del triunfo de un músico de provincia al atil- dado capitalino (9 de agosto de 1909, Centenario de la Independencia). Dirigió las bandas de: Ibarra, Otavalo, Cotacachi, Cayambe, Tabacundo. Perteneció a la afamada Sociedad Beethoven (Quito). Su director Pedro Traversari impulsó se le nombre Vicepresidente. Su creación musical es variada, en cantidad y calidad. De cámara. Ligera. Sagrada (letanías y avemarías). Popular: pasillos, valses, mazurkas, polkas y habaneras. Autor del sentido Imbabura de mi vida. En música clásica tuvo sus mayores satisfacciones: Variaciones para violín (1892). Medalla de Oro (Quito). “Estudios para violín (1899). Medalla de Plata (Guayaquil). La Ecuatoriana, Las dos Américas, Sinfonía dramática, Tres oberturas (Premiada en Ibarra), El Centenario (1909), Medalla de Oro (Quito). Víctor A. Jaramillo resalta: “El terrigenismo de los Chaves deter- minó que Otavalo fuera el único escenario donde desenvolvieron su existencia”. Y, lamenta: “Virgilio creador infatigable de todo tipo de música, a su muerte en 1914, se repartieron en pedazos, como la túnica del Maestro, plagiadores y suplantadores”. 10 Marcelo Valdospinos Rubio ULPIANO CHAVES ORBE (Otavalo, 1874): Fue pupilo preferido de su hermano Virgilio. Aprendió piano, flauta, guitarra, ocarina y armónica. Autor de Canciones Escolares y Álbum de Composiciones. Dirigió la primera Banda de la Sociedad Artística (1918). Su producción es importante: Himno a Tulcán, la marcha Ecuador Amazónico. Música del primer Himno a Otavalo, letra del Prof. Aurelio Ayllón Tamayo, Director del Normal Rural Alejandro Chaves (1937). “Otavalo, hidalga y glo- riosa,/tu pasado es de lucha y fervor...” Autor de sanjuanitos, yaravíes, pasillos, pasodobles, valses y música sacra. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 11 La anécdota: “Siendo comisario recibió la queja de esposas de socios de la Artística, que sus maridos los viernes llega- ban a la casa tarde y con los bolsillos vacíos. Así que se colocó en la puerta y ordenó que la semana ganada fueran a dejar en sus casas y luego regresaran. Medida muy aplaudida por las esposas. Ellas aseguraban el dinero y a cambio extendían el salvoconducto a que ingresen sin obstáculos en la madrugada”. La otavaleñidad está esposada con el arte desde hace siglos. Vivo ejemplo de este encadenamiento son los Chaves que han sembrado de música nuestros silencios y nuestras distancias. 12 Marcelo Valdospinos Rubio TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 13 GONZALO BENÍTEZ GÓMEZ –Y sus canciones del alma– MÚSICA DE CONFIDENCIA P or vía incásica y europea la música popular llegó al Ecuador. Aquí se aclimató, se hizo de ropaje propio y con el tiempo tomó características espe- ciales. La música popular –llamada nacional– es un canto a la cotidianidad de la vida. A los sucesos más sim- ples. A la espiritualidad sublime. Al drama diario expre- sado en sutiles notas y versos bellamente compuestos. 14 Marcelo Valdospinos Rubio La música popular llegó de fuera y tomó identidad andina. Con peculiaridades fue anidándose en nuestros países. Nadie duda que cuando escuchamos un vals o una marinera nos referimos al Perú. Con un huayno a Bolivia. Con bambucos y vallenatos a Colombia. Y con yaravíes, pasillos, sanjuanitos, albazos y pasacalles al Ecuador. “Hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros” insta Octavio Paz. La música nacional es música mestiza, de rastro y rostro. Es música de piel y abismos. Es música de raza y rezo. Es música de confidencia. De romanti- cismo. De reminiscencia. Y el pasillo máxima expresión de la música popu- lar. Elegante, bohemio, utópico. Con mensaje doliente. Pero dolor que es emancipación espiritual. Es dialécti- ca entre la angustia y la esperanza. Al pasillo hay que entenderlo desde la poesía. Desde la intimidad. El pasillo es sello inconfundible de la identidad cultural y refleja historias de aventuras y desventuras. De presa- gios y eternidades. De fidelidades y adulterios. Que coquetea con el recuerdo. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 15 EL SEÑOR DEL YARAVÍ Otavalo es un bello paraje serraniego. Dios le dio una naturaleza hermosa. Clara Luz Zúñiga afirma “Otavalo es una mágica sonrisa arrancada a la mueca de la tarde, los cerros sueñan a crepúsculo, los lagos tienen color a música dorada y su silencio son seis cuerdas sin guitarra, que entonan sin parar la siempre nueva tonada de la vida”. Al concluir el siglo XIX e iniciar el XX en la provin- cia se descubre grandes figuras en la ciencia, el arte, la literatura. Ulpiano Benítez Endara, padre de Gonzalo, uno de ellos. Enamorado del paisaje campestre horadó su inte- rioridad y allí intimó con la melancolía. La atmósfera musical de la familia Benítez fue invitación perma- nente a crear. Destaca su abuela, María Endara Placencia, virtuosa del arpa. Ulpiano es exaltado como el señor del yaraví, compositor de versos dolientes, amorosos, terrígenos, de retorno. Cada nota musical es una lágrima que se riega por el corazón y la memoria. Música teñida de lugar natal. Música de sueños y ensueños. Con olor a tierra y ruralidad. 16 Marcelo Valdospinos Rubio Ulpiano Benítez Endara De su profundidad amorosa surge el yaraví con sabor a raíz, arcilla y ausencia. Versos angelicales o igníferos que cantan al amor, al dolor, a la lejanía. Así, Puñales: “Mi vida es cual hoja seca que va rodando en el mundo, vis no tiene ningún consuelo, no tiene ningún halago, por eso cuando me quejo, mi alma padece cantando, mi alma se alegra llorando”. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 17 Y un himno a la ciudad, Despedida: “De esta tierra ya me voy a esta tierra he de volver por que llevo la esperanza de volver si vivo estoy”. Este es el escenario familiar donde nació Gonzalo Benítez Gómez. Gonzalo es uno de los catalogados artistas del país. Con una carrera polifónica ejemplar y un magisterio recto y responsable. Gonzalo Benítez junto a su padre, esposa e hijos. Duo Benítez-Valencia 18 Marcelo Valdospinos Rubio TIERRA DE SINFONÍAS La afición al canto le llegó temprano, cuando el día amanecía. Ya en la escuela 10 de Agosto demostró sus habilidades en guitarra y flauta. Y formó parte de la primera estudiantina que hizo los honores al Presidente Ayora (1928). Allí tuvo como profesor de música a uno de los privilegiados del piano y de la composición musical, Ulpiano Chaves Orbe. Fue a estudiar en Quito en el prestigioso Juan Montalvo, afirma Luis Andrade Galindo “una especie de Universidad en la educación de los maestros pri- marios de la época”. Tuvo como profesor de música al reconocido Juan Pablo Muñoz. Allí fue miembro de la estudiantina “Caravana”. Con jóvenes artistas, que luego se consagrarían, integró el conjunto Alma Nativa. Y, por fin, junto al Luis Alberto Valencia –y la guitarra del Pollo Ortiz– formó el dueto más prestigioso de la música nacional, que actuó oficialmente desde la inauguración de Radio Quito (1940), hasta febrero de 1949, en que una turba- multa incendió la emisora, por el miedo y la ira que causó la teatralización de la llegada de los marcianos a Iñaquito, dirigida magistralmente por Leonardo Páez. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 19 Pero, también, junto a los intelectuales Jorge Carrera Andrade, Jorge Enrique Adoum, Hugo Alemán, al artista Hugo Valencia, y a su compañero el Potolo Valencia, en una noche de inspiración y bohemia, en casa del maestro Guayasamín, componen la Vasija de barro. Y luego solo. Resaltando que además de su ca-lidad artística y creativa, Gonzalo le puso a la música nacional en el pedestal de dignidad. Sacándolo de la esquina ensombrecida y marginal. Es en Quito lleno de calles estrechas y misteriosas, en que galantean luciérnagas y duendes, donde nacen las Canciones del alma. Cuando estudiantes religiosa- mente acudíamos a la cita radial con Benítez y Valencia, los días lunes, miércoles y viernes, a las nueve de la noche a disfrutar de su mensaje añorante y amoroso. Tuve el honor de ser su alumno, en dibujo técnico, en el Normal. Siempre elegante, talentoso y admirado. SEÑORÍO A ORILLAS DEL VALLE Ha interpretado más de un millar de composiciones nativas. Pero, además, es creador de un medio cente- nar de piezas, entre ellas: 20 Marcelo Valdospinos Rubio La Pobreza: “Dicen que con mi amor te mancharía y por eso me tildan y te oprimen que como es crimen la pobreza mía no quieren que te manche con mi crimen”. Forasterito: “A dónde por dónde iré, ayayay, a llorar mi desventura, a donde iré forasterito a donde iré triste y solito”. Y, Soledad: “Soledad, aquí estoy vengo a tu puerta / peregrino sin son de tantos días / Dame a gozar la faz que traigo muerta / en el alma de azules lejanías”. Gonzalo Benítez Gómez, nació en 1915, y falleció el 2005. Su voz hace sentir la melancolía y la dulzura de la patria. Maestro que nos dejó sensibilidad y respetabilidad. Gonzalo le dio señorío a la música nacional. Imagen y ética juntas en la personalidad de este gran ecuatoriano. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 21 GUILLERMO GARZÓN UBIDIA –El ruiseñor de la fuente– IDENTIDAD EN LA NOSTALGIA F igura culminante de la música ecuatoriana. Hijo del reputado pintor Luis Garzón Prado y de Mercedes Ubidia. Compositor de la música nacional. Música nuestra. Música de paisajes y paisanajes. De soles y lunas. De besos y heridas. De amores platónicos y profanos. 22 Marcelo Valdospinos Rubio Hay sectores híbridos que reniegan de la música nacional por que es triste. Sobre la tristeza es verdad. Pero la tristeza no es solo una vía hacia las lágrimas. La tristeza es –también– un camino hacia la nostalgia. Un camino de emancipación. De descarga de energía y emotividad. Guillermo Garzón Ubidia, se educó en su tierra en la escuela 10 de Agosto. Luego maestro de Dibujo. Laboró en el Colegio Militar. En los normales quiteños. En Ambato, en Bogotá fue docente y dramaturgo. Perteneció a la Liga de Cultura José Vasconcelos. Al pe- riódico El Día, dirigido por Ricardo Jaramillo. AMORES Y DESAMORES Guillermo Garzón Ubidia se encariñó del monte, del lago, de la fuente, de los eucaliptos. Recorrió estos caminos que hoy pisan nuestros pies. Y se extasió de la belleza natural que le hacía comulgar con el viento. Y con la belleza de sus mujeres. Fue un enamorado del amor. Escuchar con atención y fe las composiciones musi- cales de Guillermo Garzón Ubidia es pasaporte a la memoria del corazón. A las evocaciones de una ciudad –la nuestra– que se va perdiendo ante el TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 23 avasallador empuje de la modernidad y la novelería. Ya no se ven los rincones donde se anida la memoria de la casa, la techumbre llena de golondrinas, ilusiones y tardes encendidas. Guillermo Garzón Ubidia fue un creador prolífico, cerca de tres centenares de composiciones le pertenecen. Es el cantor del pueblo. De la soledad. De las horas tristes. Del amor perdido e inalcanzable. Quien a los 15 años ya nos hizo cantar y bailar con su Pobre Corazón: “Al decirte adiós yo me despido con el alma con la vida con el corazón entristecido”. Y estos versos suyos en Amor perdido, dibujan su perfil humano: “Sin encontrarte solo es mi vida rota barquilla que al mar se lanza en pos de rumbos desconocidos, sin más bandera que la esperanza, ni otro refugio lejano y triste que el del olvido”. 24 Marcelo Valdospinos Rubio Garzón Ubidia fue el embajador de la música nacional. Por su diplomacia. Su calidad humana. Su don de gentes. En alguna ocasión nos confió como el poeta recoge de la cotidianidad, la inspiración que lo lleva a crear instantáneas musicales. Una escena observada en una cantina en la plaza Victoria, al retornar de un entierro en San Diego, motivó la creación de Compadre péguese un trago. Pues el viudo le confiesa a su compadre que la muerte de su esposa Chepita será una larga y obscura noche. Y frente a cada lamentación el amigo le urge: ¡compa- dre, péguese un trago! y, entre copa y copa, le da resignación y promesas. “De un amor secreto en Ibarra, tuve una ventana confidente. Ventana con su propio lenguaje. Si estaba cerrada, ni pasar. Si estaba entornada, a esperar. Abierta, no había peligro”. Así surgió La Ventana del olvido. Con letra de un bello poema del escritor colombiano Carlos Villafañe: “Óyeme, entre los dos ya todo ha muerto no queda ni una braza en la ceniza ni un ruiseñor en la aridez del huerto tu recuerdo es apenas leve brisa que sopla en la tristeza del desierto”. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 25 DIPLOMÁTICO CON CLASE Guillermo Garzón Ubidia estuvo influenciado por la corriente mundial del romanticismo, que apareció en la última etapa del siglo XIX. Y especialmente de los románticos de Colombia. Aquellos que reunidos bajo el nombre de El Mosaico, primero, y, luego, como Gruta simbólica, son al decir de Eduardo Carranza: “verificadores jocundos o melancólicos, ingenios satánicos y festivos, poetas senti- mentales y lunáticos, seres nocturnos y funambulescos”. Entre otros románticos integraban el grupo Carlos Tamayo, Julio Flórez, Julio de Francisco, Ignacio Posse Amaya, Miguel Peña Redonda, Rudesindo Gómez. De ellos, sin lugar a dudas, el que más se compe- netró en el alma adolescente de Garzón Ubidia, fue Julio Flórez. Que según Carranza: “Sobresalía por sus versos llenos de inspiración y por su triste y melancóli- ca vida que parecía marchita en plena juventud”. Flórez (1867-1923) gozó de popularidad inmensa, fue el trovador de Colombia. Afirma Eduardo Castillo, que sometió a todos los poetas de la época a su princi- pado lírico. De Flórez, por ejemplo, Garzón Ubidia le pone música a un soneto sentido y existencial, que se filtra diariamente en las raicillas del olvido, titulado: 26 Marcelo Valdospinos Rubio Resurrecciones: “Algo se muere en mí todos los días; la hora que se aleja, me arrebata del tiempo en la insonora catarata, salud, amor, ensueños y alegrías”. Y de Guillermo Valencia Castillo (Popayán 1873- 1943), Luciérnaga: “Si me abandonaras, acaso en breve, voy a decirte adiós joven y bella, después de haber oido mis querellas, te irás a donde la ilusión te lleve”. En nuestro interior vive encubierta la emotividad. A veces surge espontánea y otras duda o tarda en salir. No hay edad para amar. Pero se vive para amar. En la lógica del amor hay problemas limítrofes que se transforman en heridas etéreas y eternas. Sentencia un pensador, “a los hombres les probaría cuan equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse”. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 27 El recordado amigo Vicente Larrea, presidente del Concejo de Otavalo, me puso en contacto, a su llega- da, con señera figura y se abrió un diálogo, que no parecía nuevo, venía precedido del canto de aves en idioma nativo y voces tutelares, de una herencia her- mosa y tierna. HONDA PENA Y NO HONDA DUDA Entre las decenas de excelentes composiciones de Garzón Ubidia hay una que le canta a la fuente de Punyaro, a su barrio afincado entre el lomerío y los misterios, el páramo y el susurro del agua y al amor galvanizado de alboradas y dolores: “Voy a beber el agua de la fuente, y el agua de la fuente se envenena. Una mujer entristeció mi vida para siempre, en el alma y en la mente”. Hace tiempo surgió una controversia sobre la autoría de la letra de Honda Pena, ¿Guillermo Garzón o Carlos Villafañe?. El Lic. Oswaldo Carrión en su libro biográfico Lo mejor del siglo XX, Ediciones DUMA, 2002, y el 28 Marcelo Valdospinos Rubio prestigioso educador Lic. Edwing Guerrero, exrector del Mejía, de Quito, y profesor de la U. Central, en su libro antológico, Pasillos y pasilleros del Ecuador, 2000, sin vacilación dan la paternidad a Guillermo Garzón Ubidia, en letra y música. A esto se suma la tradición y el argumento del poema. Es mas, en la década del 90, el IOA y la U de Nariño, llevaron adelante un convenio de intercambio de investigadores. En uno de esos via- jes pedí a un docente me diera consultando si Honda Pena constaba en la obra completa de Villafañe, meses después, la respuesta fue que no lo había encontrado. En favor de la otra versión, el atildado literato lata- cungueño Lic. Oswaldo Rivera V., en su libro “La lite- ratura en el pasillo ecuatoriano”, CCE-BC, 2008, cita a Villafañe creador de la letra, sin observación alguna. ¿Pero, quién fue Carlos Villafañe? un agudo perio- dista y poeta romántico del amor y del paisaje. Nació en el Valle del Cauca, en Roldanillo, la Dulce tierra del alma, en 1881 y murió en 1959. Su seudónimo fue Tic- tac. Se publicó toda su poesía y sus sátiras políticas, inscritas como patrimonio regional. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 29 Y así corona su poema Garzón Ubidia. “He matado mis propias alegrías, el amor ya se fue, se fue muy lejos, y entre las sombras de las noches mías, estoy con mi dolor como los viejos, contando historias de mejores días”. CREPÚSCULO DE SILENCIOS Mi padre, quien escribió en Presencia, como J. Collahuazo en su columna Archivo de la tierra, dijo: “Dn. Guillermo retornó a morir a su tierra a los 18 años de vivir en Bogotá. Por que él lo presagiaba, lo presen- tía. Y –me parece– hasta lo anhelaba”. Francisco Granizo. abre el telón del retorno: “A muy amados sitios vuelvo / a las lomas que penetraban los altos vientos / y a las sonoras siestas de los trigos”. Garzón Ubidia nació en Otavalo en 1902. Y en 1975 murió este atalaya. El artista con clase. Que vivió intensamente entre amores y desamores. En Resignación, nos susurra su partida: “Y esperar que cualquier día el viaje hemos de emprender; el viaje feliz, feliz, del que no hemos de volver”. 30 Marcelo Valdospinos Rubio ALEJANDRO PLAZAS DÁVILA –Y su música de vecindad y júbilo– ARPEGIO FAMILIAR A lejandro Plazas Dávila nació el 1 de diciembre de 1902, cuando el siglo XX llega a Otavalo trayendo la modernidad en un vagón del ferro- carril. Hijo de Manuel Plazas y Josefa Dávila. Sus estu- dios los inició en el Asilo de las monjas. Y luego en la escuela 10 de Agosto. Hombre afable, tranquilo, católico, se casó con Carmen Córdova Guerra, tuvo TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 31 cuatro hijas: Esperanza, Fabiola, Leonila y Gladys. Y tres hijos: Alejandro, Ildefonso y Fabián. Plazas Dávila vivió en ese Otavalo pequeño, donde la vecindad era una red de afectos, confianzas, confi- dencias y orgullosa de ser parte de esta adorable llacta. Con una cotidianidad cultural decorosa y laboriosa. BÁLSAMO DEL RECUERDO El ambiente musical de Imbabura, en el pasado, sirve como escenario de su grandeza. Músicos de gran talla son los espejos donde va a mirarse, y aprender de ellos su vocación y su calidad interpretativa. El itinerario de Alejandro Plazas está cargado de éxitos. Su música popular cubre, como manto, toda una época. Hito importante en su carrera fue el triunfo de la Lira otavaleña (1938) dirigida por él, e integrada por Manuel Mantilla Cerón, Carlos Paredes Cisneros, Gabriel Beltrán, Gonzalo Gómez, Amable Paredes, Manuel Eduardo Gómez, Gonzalo Paredes, en un con- curso de orquestas, efectuado en el Teatro Sucre y con asistencia de las provincias del país. Grande estuvo Plazas Dávila. Cuya dirección y selección conquistó el alma de los capitalinos. 32 TIERRA NUESTRA COLECCIÓN PICHAVÍ Nº 7 Perteneció a la Sociedad Artística, decana de las instituciones otavaleñas, modelo de solidaridad social y civismo. Vivió el Otavalo que acogió con amabilidad a dos expresidentes de la República. Alfredo Baquerizo Moreno (1919). Y, a Isidro Ayora (1928) que venía a tes- timoniar la llegada del ferrocarril. MÚSICA SERRANIEGA Inició su arte musical de la mano de su padre, Manuel Plazas, gran maestro del bajo. Y se perfeccionó con Luciano Morales, que le cultivó en el clarinete. Disciplinado. Trabajador. Estudioso. A los dieciséis años ya integró una banda de pueblo. Allí comienza su producción artística. Plazas Dávila transita por lo más variado del penta- grama musical. Pero domina en su creación el ritmo alegre y bailable, se multiplican los aires típicos. Música que incita al festejo, que concentra ritmos. Y da identidad nacional a la música popular. A estos aires típicos se les conoce también como cachullapis, con los cuales se danza, se zapatea y se festeja. Un tanto más rápido aparece el albazo. E intermedio el alza, las chilenas y el capishca. El danzante, de origen militar inca, no se pegó tanto en la sierra norte, como en la TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 33 sierra centro y sur del país. Generalmente las letras de los airestípicos cantan virtualidades y símbolos de los pueblos serranos y andinos. Es aquí donde Plazas Dávila produce lo mejor de su música, como esa va- riedad de sanjuanitos, que recogen los latidos te- rrígenos del indígena, cuanto del mestizo. Música que canta a la ruralidad. Al campo. Al maíz. A los dioses tutelares. Su máxima creación es la chilena No hay como Otavalo. Dosis de orgullo y autoestima para enfrentar y triunfar. Y la más conocida nacionalmente Las tres Marías. SEIS MARÍAS Y UNA BELLA ROMANZA Las tres Marías nace como un relato. Evaristo García, nacido en San José de Chimbo (1903-2000), era maestro en Babahoyo. Había estado ausente de la ciudad cuando ocurrió un devastador incendio, en el cual fallecieron tres de sus alumnas. Todas de nombre María. Este hecho lo apesumbró y en actitud de catarsis escribió el poema La tres Marías. Estos versos llegaron a manos de Alejandro Plazas. Era el texto perfecto para homenajear a sus hijas: María Esperanza, María Leonila, María Fabiola. El maestro le puso música condigna a su talento musical (1930). 34 Marcelo Valdospinos Rubio Los autores no se conocieron, pero salió la canción con dos corrientes contrapuestas: el dolor y el amor. El destino sumó tres Marías fallecidas y tres Marías, que alegraban la vida del respetado músico. Se crea así una emotiva y sentida tonada: “Llorar de amor cobardía es, querer demás locura es: nunca el amor paga como es por eso lloro como un niño junto al recuerdo de un cariño es mi bebida lagrimones. yo se que siento ilusiones el mal respira por la herida, viendo a mis lindas tres Marías”. LAS BANDAS DE PUEBLO Otra faceta artesanalmente cultivada por Plazas Dávila es la banda de música. Y el enorme aporte que dio para su popularidad y prestigio en nuestro medio. Recordemos que la primera banda de música llega con el ejército chapetón Numancia en 1818. Soldados realistas expertos intérpretes de instrumentos musi- cales. Parte de esos miembros del Numancia luego fueron al Voltigeros, que para 1824 apoyan a Bolívar. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 35 Esto nos lleva a ratificar, lo que muchos estudiosos han afirmado, que las bandas de música nacen en las antiguas bandas de guerra militares. Y por ello vestían uniformes e interpretan aires marciales. Comentan que por aquellos tiempos los trompetistas tenían luz verde para ser militares. Plazas integra la banda de pueblo de la Sociedad Artística, en 1918. Formada por veintiún socios. En 1931 se inaugura profesionalmente la Banda de música bajo la dirección de Ulpiano Chaves. A la salida de Chaves se hace cargo Marco Tulio Tehanga, Maestro Mayor, con él se inicia una retreta mensual o tocata que se ofrece con éxito al público cada primer domin- go del mes en el pretil municipal. Un encuentro con la añoranza. La banda de la Artística tuvo una pequeña crisis, hasta que en 1934, se designa director a Alejandro Plazas Dávila, quien conduce el renacimiento con talento y experiencia. La integran: Floresmilo Donoso, José Varela, Gabriel Proaño, Segundo Campo, Jorge Lema, Enrique Proaño, Pedro Córdova, José Campo, Gonzalo Paredes, César Donoso, Manuel Males, Alonso Montalvo, Sargento Salas, Joaquín Gualsaquí, Luis Vásquez. En 1954 se crea la Banda Municipal. Y a los pocos años Plazas Dávila asume la dirección para ser su símbolo más 36 Marcelo Valdospinos Rubio notable. Las presentaciones de la banda en los actos oficiales y en la semanal retreta de los jueves y domin- gos, constituye un homenaje al arte. Pronto se hizo famosa y se volvió un rito familiar acompañarla. Luego le sucedieron en su dirección grandes artistas como Manuel Mantilla Cerón, Luis Soto Pasquel y otros. LA SON CLAVE DE ORO Alejandro Plazas es huella y espejo de la otavaleñi- dad. Hombre muy querido por su pueblo. Si al cuerpo social que es Otavalo le abriéramos quirúrgicamente, el corazón tendría su rostro. Su figura paternal va siempre con nosotros. Recuerdo que no es sólo una nostalgia. Recuerdo que es fuente de identidad. De música que es parte de una época que dio a Otavalo grandeza artística. Añoranza de una vida que vivió por su tierra y su familia. Que le entregó todo a su pueblo al cual le hizo reír y llorar. Sus notas musicales aún guardan el eco, de esos atardeceres románticos en el muelle del lago San Pablo, donde se acudía para vibrar, suspirar y bailar al ritmo de su orquesta la Son Clave de Oro, patrimonio de la ciudad y del olvido. TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 37 ARTURO MENA –Y su flauta mestiza y nativa– POLIFONÍA DE ANCESTROS L a música de Arturo Mena es reencuentro con épocas tempranas, con épocas ya desaparecidas, y, sin embargo, latentes en nuestra sangre mesti- za. Es serenata de amor al monte, al lago, a las sementeras agostadas por el sol veraniego, y a su arquitecrura de mitos y ritos. Es viaje imaginario a la hermosa naturaleza que Dios nos legó. Es comunión permanente con el viento, el susurro del agua y el crecer de la hierba. 38 Marcelo Valdospinos Rubio Cuando brotan los sonidos musicales de su flauta cósmica nos esposamos más a la tierra, a sus secretos y a sus misterios. Y de allí extraemos el anhelo de vivir, de gozar, de luchar, por lo que nos pertenece. De recu- perar el tiempo perdido para hacer de Otavalo el añorado pueblo testimonio, que sepulte ese mercado de pulgas que es ahora. TEJIENDO Y DESTEJIENDO SURCOS Arturo Mena en confesión apasionada y aprisiona- da, dice: “la flauta es dulce, tierna, a veces triste; es como una mujer, porque para interpretar requiere de la leve caricia y del débil soplo que semeja un susurro”. El maestro Arturo Mena fue gran intérprete de la flauta y del rondador. Músico –para estar de acuerdo con el lenguaje actual– intercultural. Él, mestizo, la flauta india y en su interior todas las sangres que emanan por sus venas. Nació, en 1912. Su padre Rafael Toapanta. Su madre Rosita Mena, panadera, amasando ternuras y desvelos. Estudió en la Diez de Agosto, dirigida con talento e innovación por Fernando Chaves Reyes. Por pedido de su madre se hizo sastre. Se inició con Manuel Andrade Armendáriz. Fue a Quito a estudiar Corte y Confección. Allí, luego de un TiERRA DE MÚSiCA Y ERrANZAS 39 periplo en destacadas sastrerías, especialmente de otavaleños, montó la suya, en un sitio que adquirió renombre en coterráneos y artistas, en la García Moreno y Olmedo, lindante con la sala de baile del conocido Patio Andaluz. Y paralela a esta línea arte- sanal –prestigiosa y que prestigiaba– se reencontró con su vocación cultivada desde niño, la música. Itinerario cultural relevante, que le llevó al reconocimiento nacional e internacional. Murió en Quito, el 2001. Dejando una familia de concertistas brillantes, la ma- yoría egresados del conservatorio. Con su esposa Floria Flores vivieron, en medio de hijos, nietos, música, sueños y amor. Oteando lunas y luciérnagas, desde ese hermoso balcón capitalino de San Juan. Verónica Falconí Gallo, en su opúsculo Plazuela de Quito soy, dice: “en la casa más alta de la loma de San Juan fue a vivir un músico otavaleño que, asomado a la ventana, tocaba yaravíes con su rondador y contagiaba de tristeza a la gente que le escuchaba”. LOS CORAZAS EN VIVO La construcción del ferrocarril de Ibarra a Quito, fue un acontecimiento, no solo económico y tecnológico, sino cultural. Los intelectuales de Ibarra, Otavalo,
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