El amor en tiempos de cólera Autora: Maria Sette Co - autora: Maria Victoria Peña Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nom á s. N ada le dice la pampa ni el arroyo ni el sauzal Pero la pampa es guitarra que tiene un hondo cantar, hay que escucharlo de adentro donde nace el manantial. ( Para el que mira sin ver , Atahualpa Yupanqui ) El amor , sin ser parte de los conceptos fundamentales en la obra freudiana, ha resultado una noción operativa para la elaboración de los fundamentos y el horizonte del psicoanálisis. Es decir, la vida amorosa de los sexos resultó útil al maestro como una de las cu atro vías de aproximación al conocimiento del narcisismo, así como la capacidad de amar fue considerada junto con la de trabajar un punto de mira, al modo de meta terapéutica en el decurso de la práctica analítica. Sin embargo, la amplitud del término cond uce a incluir bajo su égida una va sta serie de versiones incompatibles entre sí Pensar en el amor nos exige ir más allá de la si mple ilusión del enamoramiento, las formas instituidas de lazo amoroso por el cuerpo social y demás complementos que opacan su esencia Acercarnos al amor nos exige pensar en términos de capacidades, de lógicas subjetivas que propician o no un lazo al otro , de condiciones necesarias que dan lugar a verdaderos encuentros y desencuentros. El amor nos exige introducirnos e n el registro económico en términos de cantidades, de intensidades que hacen a lo posible y lo imposible de una relación Pero , ¿cómo pensar el amor cuando resulta impensable una relación de objeto, cuando es imposible una libidinización por fuera de los l ímites del yo? Freud cede la noción de narcisismo entendida como una originaria investidura del yo, cedida luego a los objetos. Pero , ¿ qué sucede cuando estas cargas energéticas pulsionales no son transferibles a objetos propiamente dichos, es decir en su realidad de objetos distintos al yo, sustituibles, perdib les, ausentables, impredecibles ? Aun así no podemos negar que los pacientes forman parejas, tienen hijos, amigos y circulan por las relaciones sociales de alguna u otra manera. Es que sucede que la d ificultad para sostener verdaderas investiduras objetales puede permanecer invisible, inaudible, d esconocida hasta que el sufrimiento que ello produce sea puesto a hablar. Poner a hablar la piedra que hace obstáculo al ánimo de amar es la oferta esencial de una cura analítica. La clínica de las toxicomanías compone un campo fértil , entre otros, para acceder a las diversas modalidades a las que se alude con el término “amor”. Un únic o término que encierra una heterogeneidad, múltiples versiones qu e intentaremos formalizar y acotar bajo lo que daremos en llamar las Teorías del amor. Es entonces que partiremos de la hipótesis de que no existe EL amor como algo unívoco y universal, sino más bien preferiremos pensar en códigos amorosos. Así las cosas , ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor? Las Teorías del Amor Déjame comprenderte , no hay nada sagrado que quieras ser Estoy aferrado a un amor sin voz, sin cara, sin religión. No te quiero conocer No digas tu nombre , ya no estaré Estoy entregado a un amor sin vos... ( Amo lo extraño , Charly García) En razón de su parcialidad, empuje constante hacia la satisfacción y carácter de magnitud de excitación esforzante, la pulsión compelirá al aparato psíquico a un trabajo de elaboración creciente e irá estableciendo, inicialmente, un código mínimo que restring e las posibilidades ilimitadas del E llo. Es decir , se supone que en un principio cualquier posibilidad es viable para establecer caminos de satisfacción pulsional a través de cualquier objeto. Pero por otro lado , las situaciones en donde la pulsión encuent re alivio establecerán de manera ineludible un registro de fijaciones que i ra limitando una cartograf ía del deseo , un mapa libidinal, propio de la singularidad de cada sujeto. De este modo , una vez vivenciada la experiencia de satisfacción , el mundo se le erá a través del código establecido que privilegiará determinados circuitos pulsionales coordinados a una particular zona erógena en íntimo lazo con ciertos objetos. La síntesis resultante de la historia libidinal asume las características de un compuesto personalísimo. Para comprender esto Freud nos ofrece una elocuente metáfora: “Podemos descomponer toda la vida pulsional en oleadas singulares, separadas en el tiempo, y homogéneas dentro de la unidad de tiempo (cualquiera que esta sea), las cuales se comp ortan entre sí como erupciones sucesivas de lava. Entonces podemos imaginar que la primera erupción de lava, la más originaria, sigue inmutable y no experimenta desarrollo alguno. La oleada siguiente está expuesta desde el comienzo a una alteración, por ej emplo la vuelta a la pasividad, y se agrega con este nuevo carácter a la anterior, etc. Y si después se abarca con la mirada la moción pulsional desde sus comienzos hasta un cierto punto de detención, la sucesión descrita de las oleadas proporcionará la im agen de un determinado desarrollo de la pulsión” 1 Entonces, solidarias de las distintas lógicas de funcionamiento que se vayan trazando en el devenir pulsional , las claves de lectura resultantes permitirán acceder a un mundo incorporable , chupable y escupible en términos orales, manipulable y arrojable en código anal, vigilable o invisible en el registro escópico, dotado o castrado en la lógica fálica. Dichas claves de lectura se ven complejizadas al estar orientadas por la temporalidad pulsional , o sea , en cada caso particular, recibirán su peculiaridad según cómo operen sobre la pulsión los destinos prerrepresivos (el trastorno hacia lo contrario y la vuelta hacia la persona propia). En consecuencia, dependiendo de la historia libidinal del sujeto , el código de acceso predominante al mundo y al propio cuerpo reflejará la impronta de las mudanzas pulsionales: un yo posicionado activa o pasivamente ante e l empuje pulsional, que enlaza la pulsión al objeto en términos amorosos u odiosos, que se constituye como único y retenido objeto de satisfacción pulsional o comparte la investidura con otros objetos más allá de los límites del narcisismo. Sobre este suel o operará la represión, y según el caso su eficacia será diferente. P aralelamente a la evolución de los circuitos de la pulsión el yo se irá desarrollando en alianza con los componentes pulsionales que vayan adquiriendo preeminencia en el de venir de la his toria libidinal. En base a ello consideraremos la siguiente hipótesis: si por un lado para cada fase del desarrollo sexual corresponde un nivel de complejidad y lógica de funcionamient o yoico , y por otro, es el yo y no la pulsión quien ama a sus objetos, podríamo s suponer que para cada fase pulsional corresponderá una particularísima teoría del amor, a saber , una modalidad específica de enlace amoroso a los objetos con su pertinente escenificación al nivel de la fantasía En otras palabras, existirían diversas teorías del amor en el recorrido desde el caos pulsional al establecimiento de una relación de objeto. La sexualidad, presente desde el comienzo, recorre un largo y complicado desarrollo. En primera i nstancia se exterioriza como actividad de toda una serie de componentes pulsionales, dependientes de zonas erógenas , que partiendo cada uno por separado en procura de una ganancia de satisfacción , encuentran su objeto en el cuerpo propio. Es decir , Freud considera el autoerotismo como primer modalidad sexual, donde no existiría objeto ni fuente (por hallarse eclipsados) , sólo tensión en búsqueda de descarga. Como resultado de ello, en principio, se produciría un hipotético placer de órgano, purificad o, desamarrad o de toda relación con el otro, un pseudo placer en la medida en que no se hallaría coordinado a la fantasía. El narcisismo resultará de la incidencia de Eros y su tendencia a la unión de los fragmentos. Recién a par tir de ese “ nuevo acto psíq uico ” se podrá habla r de un yo en relación al objeto, vía la fantasía. Luego de sugerir equívocamente una pulsión para el amor en Pulsiones y destinos de pulsión , Freud , en Introducción del Narcisismo , definirá al amor como un a de las relaciones que el yo puede establecer al objeto. Es decir, el yo ama al objeto con energía pulsional. Esto sería en líneas 1 Sigmun d Freud: “Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos Aires, 1993 Volumen XIV , pág. 126 generales. Ahora bien , s i la fantasía funciona al modo de una escena articulada por un guión que vincula a los personajes del yo y el objeto localizados en determinadas posiciones , no habría ent o nces una sola manera de “amar”. Reiteremos, e n su recorrido l a investidura erótica que se dirige al objeto , atraviesa el tamiz de la fantasía E st a opera como escenario psíquico en donde se retiene el vínculo erótico con el otro ante su au sencia (introversión) y también funciona como aquella matriz simbólico imaginaria que ordena y estructura esa relación al emprenderse las acciones motrices que permiten a la pulsión conseguir su met a a través del objeto. Dicha matriz evidencia las modalidades privilegiadas y fijadas, aunque prohibidas y desestimadas por la defensa, en que se despliegan los circuitos pulsionales de satisfacción conforme a la exigencia de las huellas que la sexualidad ha impreso en su recorrido. Para ser más exactos, este producto mixto, verdadera soldadura que reúne una satisfacción proveniente de una zona erógena y una representación de deseo, en su carácter defensivo contra el recuerdo de la propia actividad sexual i nfantil (contra las huellas pulsionales dejadas a partir del ejercicio de la actividad autoerótica ) intentará falsearla y disfrazarla, exaltarla en un plano superior, elevando sus huellas mnémicas al estadio del amor a un objeto. Es por obra de la fantasía que creemos amar a otro. Sin embargo su eficacia tanto para velar las marcas pulsionales como para coordinar la pulsión al objeto dependerá del alcance obtenido por la represión en la estructuración narcisista en función del nivel de intrincación pulsional logrado. En este sentido , se distinguirán diferentes lógicas amatorias, distintas claves en las que se estructura la relación del yo al objeto en el plano del amor. Modos de amar que evidencian en sus rasgos esenciales la fijación e insistencia de determinado modo de goce en el que hallan fundamento Una teoría del amor en clave oral resulta caótica por excelencia. Se deduce de amores desesperados y desesperantes Clínicamente los ejemplos abundan, sobre todo en relatos femenin os: r elaciones fusionales intensísimas que culminan en escenas estalladas por un altísimo nivel de violencia como única y precaria herramienta para establecer distancia con el otro ; en otros casos se refleja en series interminables de relaciones que aunque no l o quieran quedan condenadas al registro de lo ocasional, insostenibles en el tiempo ( como en el caso de la “come hombres” en la que “...una gran cuota de erotismo oral es transportada a la investidura de la vagina” 2 ) Las huellas pulsionales exigen urgente mente la incorporación del objeto , la ausencia se decodifica en términos de desaparición despertando sensación de desvalimiento pues la fantasía no colabora en el sostenimiento de la dilación de la satisfacción. Es que s i la tensión se alivia devorando (u na parte), cuando reaparece, al pasar a la pasividad, se fantaseará como devorándome ( en un t odo). En palabras de Freud: “Cuando el yo cobra los rasgos del objeto, por así decir se impone él mismo al E llo como objeto de amor, busca repararle su pérdida diciéndole: “mira, puedes amarme también a mí ; soy tan parecido al objeto...” ; 3 recordemos que en la primitiva fase oral la identificación al objeto constituye uno 2 Sigmund Freud: “ Conferencia 32 , Angustia y vida pulsional ” , en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos A ires, 1993 Volumen XXII, pág 93 3 Sigmund Freud : “ El Yo y el Ello”, en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos A ires, 1993 Volumen XIX, pág 32 de los mecanismos que el yo tiene más a l a mano, tornándose difícil diferenciarla de una verdadera carga de objeto. La identificación deviene un mecanismo privilegiado en esta fase no solo en la medida en que enlaza el yo con los objetos, sino también porque permite engañar al E llo, calmando, así sea temporalmente , su desmedida demanda de satisfacción Se trata de una versión voraz del amor, aquella que pretende incorporar al objeto destruyendo todas sus particularidades , 4 estableciendo una intensidad de investidura proporcional a su nivel de lab ilidad y ambivalencia . Pues , tarde o temprano , el otro en tanto existente devendrá fuente de displacer en el caso de resistirse a la fusión que se le propone , imponiendo su heterogeneidad, o también puede ocurrir que ya no resulte alimento suficiente para una avidez en aumento. Ante esto, un amor comandado por la boca no dudará en escupir, triturar o destruir al objeto insurrecto. En otros casos vemos revelarse una versión del amor que lleva impreso el sello particular de lo que Freud distinguió en términos de carácter anal , 5 una modalidad amorosa basada paradójicamente en la posesión, el control , la retención y el tormento. Se trata de amores en clave anal sostenidos por la fantasía de domi nio sobre el objeto. Según el padre del psicoanálisis , evolutivamente e l uso de la musculatura para el dominio del esfínter inaugura la lógica anal. La musculatura permite agarrar y arrojar el objeto Freud s upone a partir de esta adquisición la puesta en marcha de una organización pregenital en la que el sadismo y el erotismo anal desempeñan los papeles rectores 6 Si la intensidad de las huellas implantadas en esta etapa es tal que conservan su investidura intacta en el decurso del desarrollo libidinal , el yo se estructurará en consecuencia y , ante el embate de la demanda de satisfacción pulsional , se dirigirá al objeto estableciendo un vínculo que llevará la impronta de la pervivencia de las mociones pulsionales anal - eróticas. En sus diferentes variedades , puede tratarse de un amor ordenado, ahorrativo, terco , 7 a mores calculados que pretenden eludir la pérdida, cual operación sin resto. Desde las formas m ás veladas a los extremos más obscenos se trata en general de vínculos sádicos, sacrificiales , que se afanan por objetalizar al otro como elemento a manipular. 4 “ ... la identificación es la etapa previa de la elección de objeto y es el primer modo ambivalente en su expresión, como el yo distingue a un objeto. Quería incorporárselo, en verdad, por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal ” Sigmun d Freud: “Duelo y M elancolía ” , en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos Aires, 1993 Volumen XIV , pág. 65 “Etapas previas del amar se presentan como metas sexuales provisionales en el curso del complicado desarrollo de las pulsiones sexuales. Discernimos la primera de ellas en el incorporar o devorar , una modalidad del amor compatible con la supresión de la e xistencia del objeto como algo separado, y que por tanto puede denominarse ambivalente” Sigmund Freud: “Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos Aires, 1993 Volumen XIV, pág 133 5 Sigmund Freud: “ Carácter y erotis mo anal ”, en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos Aires, 1993 Volumen IX 6 Sigmund Freud: “ La P redisposición a la neurosis obsesiva ” , en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos Aires, 1993 Volumen XII. 7 “ ... se ha generalizado la concepción de que cada una de las tres cualidades, avaricia, minuciosidad pedante y terquedad, proviene de las fuentes pulsionales del erotismo anal o (dicho de manera mas cauta y completa) recibe poderosos suplementos de esas fuentes” Sigmund Freud: “ Sob re las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal ” , en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos Aires, 1993 Volumen XVII, pág. 117. La modalidad de satisfacción sexual entronizada determina una dinámica que vascula entre la entre ga sacrificada y la retención 8 haciendo de l a manipulación la forma privi legiada de acceso a los objetos. Con ello queda radicalmente fuera de órbita la posibilidad de lo sorprendente, de lo inesperado. En fin , todo lo relativo al deseo intentará ser anulado pues no hay lugar en el control para aquello que se presenta caprichosamente, en calidad de enigmático. Por otro lado , como ocurre en las otras t eorías del amor, la temporalidad de la pulsión que resulte privilegiada en la constituci ón sexual del sujeto ( en este caso cagar, ser cagado, hacerse cagar) dejará su huella en la posición que adopte el yo en el despliegue del código anal en la relación amorosa y de ello se gestarán diferentes coordenadas para cada caso. Lo desarrollado hasta aquí respecto a estos dos códigos amorosos absorbe los casos de p ersonas cuyo erotismo oral y anal ha permanecido intenso e inmutado. A consecuencia de ello advertimos que el desarrollo sexual puede n o siempre sufrir la degradación regre siva de la organización genital , sino, lo que resulta más grave, la detención en el decurso de la organización libidinal con la concomitante limitación de los recursos subjetivos ante los embates pulsionales Es cierto que en la teoría freudiana la erotiz ación de la mirada no instala una fase del de sa rrollo psicosexual , sino que podría inferirse que su desarrollo acompaña al de los otro s componentes pulsionales en organizaciones. Freud d estaca que previo al imperio del C omplejo de Edipo se registra un intenso placer de ver como quehacer pulsional erótico. La observación se constituye en pieza clave de la curiosidad e inve stigación sexual infantil y serí a esperable que de alcanzarse la fase fálica y sus conquistas advenga una eficaz oleada represiva que calme la desmesura infantil de la mirada. Coordinada al falo , la mirada, junto a las demás zonas erógenas, participaría de una síntesis singular en la que se organiza el quehacer sexual de un sujeto. Sin embargo, en algunos casos sucede que la mirada adopta una erogeneidad desmedida y así lo desintrincado se jugará al nivel de la pulsión de ver (voyeurismo o exhibición) que persiste en su tosquedad . En consecuencia podremos hablar de un empuje escópico irrefrenable , que refl eje una sobreexcitación de la mirada volcada en un ánimo de vigilar el objeto , y evidente mente desregulado en el desborde ante la desaparición de éste del campo perceptual. Hoy por hoy la tecnología colabora con su aparatología y redes sociales a perfeccionar los alcances de la vigilancia. Y así, a l modo del panóptico, la escena amorosa se arma en el intento de no perder de vista hasta el más mínimo movimiento del otro, pretendiendo aislar al objeto , volverlo transparente, queda ndo éste a merced de l escrutinio permanente de un yo que busca en su imagen inalterable la confirmación apodíctica del amor. 8 “La caca es el primer trozo de lo corporal al que se debió renunciar a instancias de la persona amada y con la que le testimonia también su ternura... en torno a la defecación se presenta para el niño una primera decisión entre la actitud narcisista y la del amor de objeto. O bien entrega obediente la caca, la “sacrifica” al amor, o la retiene para la satisfacción autoer ó tica o, má s tarde, para afirmar su propia voluntad. Con esta última decisión queda constituido el desafío ( terquedad) que nace, pues, de una porfía narcisista en el erotismo anal.” Ibíd. , pág . 120. La lógica fálica entraña un mayor nivel de intrincación pulsional y gracias a ello más mediaciones y mayor nivel metafórico en la lectura del mundo, del otro y del propio cuerpo. Los componentes pulsionales se organizan en una suerte de síntesis que , pese a resultar imperfecta , por lo general permite un estiramiento del recorrido libidinal enlazando al objeto en cuanto tal. La organización fálica supon e el atravesamiento del Complejo de Edipo, es decir, implica una pérdida narcisista, un yo herido de castración , la capacidad de sustitución y la puesta en marcha del trabajo de duelo necesario para elaborar la insoslayable renuncia a los objetos de amor i ncestuosos y al ejercicio directo de la sexualidad infantil . En consecuencia se inaugurará una Teoría del Amor basada en “una localización imaginario - yoica del objeto como aquello que le falta al yo actual para llegar a la medida del yo ideal ” 9 E l amor en clave fálica supone la dignificación del otro como objeto, el reconocimiento de la diferencia y la singularidad deseante. Investir al otro en calidad de verdadero objeto abre una dista ncia óptima , un entre, propiciatorio de un encuentro genuino en la medida en que se lo elige entre otros de la serie de objetos sustitutivos . Sabemo s que tal elección no es sin la renuncia al obje to de satisfacción primordial , en la medida en que la represión operada en nombre del Ideal fuerza a abandonar el propio cuerpo y los objetos incestuosos , deja ndo abierta una hiancia donde se presen tificarán y ausentará n una variedad de posibles. Bajo esta lógica , el lazo al otro establecido por la vía del amor ante la reedición de las huellas pulsionales conmina al sujeto a asumir su s goces, a amigarse con las marcas indelebles de su sexualidad inf antil coordinadas ahora al falo, ponerlas a jugar de un modo articulable al objeto y así volverlas más tolerables . Es decir, convocar amor en estos términos supone la fraternidad con la propia miseria, su tejido, entramado y transformación en formas vivibl es. Se trata de un registro del amor que interroga al sujeto y en el mismo movimiento le señala el alivio , que requiere de la puesta a punto de la herida narcisista para enlazarla al objeto sin restañarla, soportando el ritmo y la incompletud propias de lo simbólico. En lo que sigue retomaremos estos desarrollos integrándolos , en primer lugar, con la problemática planteada por las toxicomanías en el plano del amor y , más adelante , en el intento por distinguir una noción de amor más allá del punto alcanzado por el maestro vienés en sus elaboraciones Amores Perros , Amores Tóxicos Del combate con las palabras ocúltame Y apaga el furor de mi cuerpo elemental. ( Destrucciones , Alejandra Pizarnik) Recordábamos anteriormente que , para que el narcisismo se constituya , un nuevo acto psíquico ha de agregársele al a utoerotismo primordial en el cual “el objeto se eclipsa tras el 9 Silvia Amigo, El análisis en los borde , en Borde... un límite en la formalización , Homo Sapiens Ediciones, 1995 P ág 63. órgano que es su fuente y generalmente c oincide con él” 10 El advenimiento de la incipiente organización yoica alterará la distribución de la libido estirando su recorrido , invistiendo al yo en calidad de objeto sexual. El yo considerado en su faz imaginaria en tanto proyección unificadora de la superficie del cuerpo conforma inicialmente una imago del cuerpo todo, un todo yo ideal no hendido. Las particularidades que en este sentido adquiera dependerán necesariamente de la forma de atribución parental que reciba. Es decir, un enunciado simbólico fundamental ofrece un específico modo de sellamiento de esta primer matriz yoica al imprimi rle la medida fálica del Otro, la medida de cómo el Otro se representa aquello que lo colmaría 11 Dado su estatuto estructurante se torna necesario que este enunciado logre velar la cara Real del yo , quien inevitablemente a partir de su constitución está destinado a ser objeto pulsional en la defensa prerrepresiva 12 Es un hecho que no todos los padres logran ofrecerle al niño el suficiente engaño amoroso representado por el “his majesty the baby ”. Este enunciado normativo , con su rasgo de sobreestimación , representa un acto de amor parental a travé s del cual se transfiere sobre e l hijo el propio narcisismo pr imario ya abandonado. La medida en que haya operado la represión en el Ot ro Primordial, el modo en que éste haya elaborado la castración individual, su forma de llevar la propia herida narcisista , determinarán la forma en la cual el Otro se represente colmado por el niño y le indique así un lugar donde localizarse. En líneas generales, e l narcisismo opone una complicación a la pura deriva gozosa de los componentes pulsionales . A l modo de un tope se ofrece como objeto y así estira el recorrido libidin al . Ahora bien, tal complicación resulta saludable en la medida en que la matriz narcisista haya sido construida en los términos normativos de “ su majestad el bebé” o cualquiera de sus derivados igualmente amables . Sobre dichos cimientos , en algún momento la castración debe instalar su eficacia de falta, imponiéndose la necesidad de dejar de dar la medida fálica del Otro y empuja ndo por ende a un trabajo de duelo estructurante. Realizar el duelo por no ser eso que completa al Otro co nduc e al narcisismo a una posición normativizada , al anotarse el corte que permita llevar lo ideal del todo a l rasgo y constituir en ese mismo movimiento los primeros trazos del I deal del yo. Dicha marca de corte a su vez se retraduce en términos imaginarios en calidad de herida narcisista que aliente un deseo de reencuentro con lo perdido E s decir , el sujeto “una vez efectuado el corte puede ilusionarse 10 Sigmund Freud : “ Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos A ires, 1993 Volumen XIV, pág 127 11 Silvia Amigo, El análisis en los borde , en Borde... un límite en la formalización , Homo Sapiens Ediciones , Buenos Aires, 1995 12 ” ... los destinos de pulsión que consisten en la vuelta sobre el yo propio y en el trastorno de la actividad en pasividad dependen d e la organización narcisista del yo y llevan impreso el sello de esta fase... corresponden a los intentos de defensa que en etapas más elevadas del desarrollo del yo se ejecutan con otros medios.” Sigmund Freud : “ Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras Completas , Amorrortu E ditores, Buenos Aires, 1993 Volumen XIV, pág 127 con llevar puesto algún atributo que le permita un tránsito por la vida ” 13 y circular dotado de ese rasgo en el terreno del amor. Es que se vuelve imprescindible la anotación del hueco fálico para que por é l caigan objetos sustitutivos. Ahora bien , distinta es la complicación representada por una matriz narcisista edificada sobre a tribuciones injuriantes , pues el sentido martirizador e irrespetuoso de éstas no alcanza a velar su destino de objeto de goce pulsional , además de nominar un lugar nada am oroso para el sujeto. Una configuración del yo ideal que se ha alejado tan infinitamente de la normativa no se deja hendir , constituyendo por tanto una posición narcisista induelable. En este caso el pasaje del yo ideal al I deal del yo en el plano del narc isismo resulta impedido De esta manera , la fal ta de clivaje en el yo impulsará , en el campo del amor , a buscar en el objeto un potente anestésico que venga al lugar de la cancelación del malestar de existir encarnado en térmi nos desesperadamente dolientes. E n estas condiciones el amor tiende a asumir la función de subterfugio o evasiva al modo de l tó xico. No es casualidad que Freud privilegie los términos matrimonio dichoso y quitapen as como representantes de la ambigüedad de este último La clínica de las toxicomanías frecuentemente nos revela amores destructiv os, esclavizantes, odiosos, taná ticos , que por la crudeza de su ambivalencia denuncian la falta de efectividad del destino represivo sobre la pulsión; la resultante labilidad del yo se traduce en la incapacidad para apaciguar el odio con que embate a sus objetos ante la emergencia de su insos layable diferencia. Es decir, la ausencia del otro, sus defectos, su diferencia de criterio ante alguna situación (vital o no), su deseo dirigido a un más allá del sujeto en cuestión, son vividas en calidad de insoportable afrenta narcisista para un yo que no logra llevarse del todo bien con la s discontinuidades de lo simbólico. Nuestros pacientes toxicómanos escenifican la cristalización y plena vigencia de las teorías del amor prerrepresivas, en las que no hay lugar para la sustitución y menos aún para la demora inherente al encuentro. El privilegio d e la inmediatez , junto a la falta de velo y modulación de los afectos dirigidos en masa al objeto , hacen de la escena “amorosa” un terreno fértil para una innumerable serie de actings, al servicio de la evas ión de cualquier interrogación subjetiva ac e rca del modo de amar. En su discurso es frecuente encontrarnos con un tenaz cuestionamiento respecto al consumo de determinada sustancia que invisibiliza la pregunta por la modalidad gozosa de enlace al objeto, desplazándose así la toxicidad a l farmakon , salvaguardando y reteniendo una modalidad precaria, dañina de vinculación al objeto 14 Sin embargo, d ebido a las particularidades del dispositivo analítico , la modalidad de amar del paciente se despliega en la transferencia en todo su esplendor. En el campo de las toxicomanías la escena analítica será testigo de la masividad, de la crudeza , de la falta de elaboración del 13 Silvia Amigo, O p. C it . P ág. 58 14 “Por modos tóxicos , toscos, íntimamente ligados a la pereza, nos referimos a aquellos circuitos pulsionales que sortean el rodeo por el Otro y todo encuentro con la alteridad, a través de los cuales se intenta una cancelación tóxica del padecimiento desplegando un modo de satisfacción de carácter alucinatorio. Lejanos a un verdadero trabajo psíquico, incestuosos en tanto repudian toda solución de continuidad, dichos circuitos desafían el requisito de elaboración que la realidad defectuosa impone ” Maria Sette: “De un empuje fatal” en De tóxicos y tónicos, apuestas psicoanalíticas , Buenos Ai res, 2011 P ág. 56. empuje pulsional en su extrema intensidad de investidura , que desastran cada uno de los escenarios de la vida del sujeto, constituyéndose el analista en el blanco privilegiado de la conflictiva modalidad de enlace al otro de cada paciente. Modalidades susceptib les de ser modificadas en tanto el sujeto logre problematizarlas y elaborarlas a través del poder apaciguante de la palabra en la escena analítica donde , por la vía de la transferencia , pueda transformar sus condiciones de satisfacción pulsional y así log rar un nuevo modo de lazo al otro. Pero ahora bien, ¿ có mo propiciar las condiciones para que la problematización y la elaboración v ean la luz en las difíciles coordenadas que n os presentan estos pacientes, có mo crear condiciones de mesura que permitan la actividad de pensamiento ? La noción de trauma alude a una herida perforante ; Freud utiliza el termino efracción para referirse a un quantum excesivo de energía que irrumpe en el aparato psíquico dejándolo desvastado, imposibilitado así de meta bolización alguna. Una membrana psíquica desgarrada en sus bordes no puede ser restaurada desde el método clásico de la libre aso ciación, en la medida en que este ú ltimo apunta y gravita en torno al núcleo de lo reprimido, siendo el caótico material presentado en esos casos del orden de lo no reprimido ni reprimible en esas condiciones S e tratará , entonces, de una labor que apunte hacia una construcción simbólica , en el intento de bordea r y apacigu ar un afecto desamarrado de toda legalidad significante. Dar un nombre a a quello que nunca se nombró Nos resulta útil para pensar esta intervención creacionista , el concepto de Neog é nesis utilizado por Silvia Bleichmar , en tanto “producción de algo nuevo que no esta en cada uno de los e lementos, sino en la posibilidad de articulación de nuevos puentes simbólicos y en su combinatoria, de lo cual no se puede decir que antecedía al fenómeno una vez que se produce ” 15 El advenimiento de lo nuevo , la implantación de nuevas inscripciones y marcos simbólicos , será de gran importancia en el tratamiento con estos pacientes, en la medida que devendrá en la marca norm ativa necesaria para el entramado de un código que posibilite una lectura del mundo más a mable Desde una perspectiva diferente , Ja c ques Lacan también alude a la potencia de la creación, en su Seminario 8 , r etomando lo trabajado en su seminario anterior en términos de la “estructura creacionista del ethos humano” , 16 ethos humano que en tanto punto de partida supone , a partir de ahí , la implicancia de lo simbólico, una marca primera efecto de la palabra, que da lugar a la creación a partir de la nada, delimitando un v acío, una hiancia que auspiciará el advenimiento del sujeto en tanto deseante. Un ex nihilo propio de toda creación , nos dirá Lacan, creación íntimamente vinculada a la palabra que no solo habilitaría la nominación creadora sino , sobre todo, la acción, la puesta en movimiento del sujeto. En este sentido , a través de un dispositivo que cuenta sólo con palabras, se apostará a la capacidad de lo simbólico para ahuecar, para 15 Silvia Bleichmar, “Transformación, traumatismo y metábola” en Clínica Psicoanalítica y Neogénesis , Amorrortu editores, Buenos Aires, 1999 P ág. 62 16 Jacques Lacan, “Al principio era el amor” en Libro Seminario 8 , Paidos , Buenos Aire s, 1991 . P ág. 13 restarle cuerpo y dens idad a esa energía que en bruto irrumpe en calidad de presencia saturada y arrasadora, combatiendo la mu dez del q uantum hemorrágico en función de contrarrestar sus efectos de vaciamiento psíquico. Si asociar libremente supone la eficacia de la represión, en el campo de la clínica de las toxicomanías la tarea inaugural será la de crear las condiciones de posibilidad p ara la emergencia del inconsciente 17 Amor freudiano: amor narcisista No hay otro amor que el que de hueco se alimenta, no hay más mirar que el que en la nada alza su imagen elegida. ( “ Notre - Dame la nuit ” , Julio Cortázar) Es cierto que hay un código amoroso , fá lico, que tiene que ver con la capacidad de mediación simbólica ante la presión pulsional , la puesta en juego de recursos que habiliten la demora, el lugar amable para lo diferente y lo novedoso. Sin embargo resulta innegable que e s en este último punto en donde Freud nos conduce a una suert e de trampa, pues no deja de sostener en ningún momento que en cada novedad revelada por el amor existe una base crucial de reminiscencia pulsional Es decir, l as huellas determinan el atractivo del o bjeto Hasta ahí estamos de acuerdo. Pero la limitación teórica se evidencia al erigirse la marca pulsional reeditada en el encuentro amoroso como condición suficiente para abrir y sostener el juego del amor P ara Freud es la tensión la que crea al objeto en base a las huellas pulsionales, debido a la existencia de las fijaciones. La huella exige satisfacción y el yo hace lo que puede con eso en base a la lectura que logre realizar de dichas marcas. Claro que la sutileza con que se velan tale s hue llas, su elaboración , no permite que el sujeto quede cara a cara con su repetición, pues de lo contrario no se enamoraría. La aparente ajenidad entre los términos metaforizados por el amor alcanzaría para producir las novedades e namoradas. Es decir, la sorpresa en el campo del amor se daría en base a la ficción resultante de l reencuentro con aquello que se hall aba hasta ahora bajo la barra de la represión. Un reencuentro sorpresivo que debería poner en duda la sensación de novedad Nada se pierde, todo se transforma, en el fondo , en lo mismo. Amor anaclítico - amor narcisista componen las modalidades de una elección que no parece tal. En dichos términos , ¿ s e elige o se está condenado por la vía de la fijación ? Sirviéndonos de Freud llegaríamos hasta allí, l o cual no es poco. El alcance del amor freudiano pareciera emparentado con lo que Aristóteles en su Poética considera el recurso narrativo inherente a las tragedias griegas, l a anagnórisis (del griego antiguo ἀ ναγνώρισις, «reconocim iento») , que consiste en el descubrimiento por parte de un personaje de datos esenciales sobre su ide ntidad o sus otros , 17 “Desde nuestro quehacer propiciamos la ligazón psíquica a través de una lectura novedosa de las marcas que no olvida de las raíces incestuosas y parricidas del deseo en aras de crear una nueva realidad, intentando reconciliar los dos principios, trabajando las huellas al modo de la aufhebung que transforma y supera, a la vez que conserva lo anterior para con ello habilitar un horizonte distinto” Maria Sette: “De un e mpuje fatal” en De tóxicos y tónicos, apuestas psicoanalíticas , Ed. Policromo47, Buenos Aires, 2011 . P ág. 67. ocultos para él hasta ese momento. La revelación altera la condu cta del personaj e y le obliga a comprender se más exacta mente a sí mismo y lo que le rodea. Es decir , todo se revela en un momento crucial (ante un giro de la fortuna) y en ese encuentro con la verdad fundamental sobre su vida, verdad que ya era un hecho aunque ignorado por el protagonista, cambia la perspectiva y la reacción del héroe, que se adapta y se acomoda a ceptando su destino Si en Freud el inconciente es causa y destino, el amor se alza como un campo fecundo de revelación y reconciliación con lo s circuitos pulsionales privilegiados y reprimidos , permitiendo, al modo de los eufemismos, introducir en el registro de lo amable las expresiones de la mayor miseria del sujeto. Lo siniestro resulta otra noción asociable a las consideraciones freudian as a cerca del amor , es decir la aparición sorpresiva en el ámbito mas familiar de factores inauditos hasta entonces, pero que más allá de su aparente ajenidad para el yo no dejan de ser parte de sus propios fundamentos . En su calidad de éxtimo , 18 las marcas pu lsionales y los consecuentes modos de satisfacción a los que ellas empujan, aunque sorprendentes y repudi ables para la defensa , resultan los componentes esenciales del núcleo del ser Y sería el amor en este sentido lo que propiciaría y permitiría la reconciliación con aquello excluido en el centro que funciona como un polo orientador de la tensión mediante su transformación operada en el registro de lo amable. El amor le presta un borde, un nombre, un lugar, un trata miento otro, una lectura diversa, transformando y enlazando la propia miseria al otro del amor M á s allá de Freud...una cuestión de fe Un amor m á s allá del narcisismo implicaría un mas allá de los fantasmas orales, es c ópicos , anales, fálicos ; u n amor creador, previa anotación y entramado de la pérdida. El amor nombra, puntualiza, generando efectos insospechado s, es decir pone a hablar y en el mismo movimient o deviene creacionista en tanto permite un cambio de posición respecto a los significante s constitutivos , así como en lo real transforma el modo de gozar , a la vez que en lo imaginario modifica la escena. E n su o ctavo seminario Lacan recurre a El Banquete 19 para pensar el amor, entendido como causa de la transferencia; hará un recorrido por las distintas teorías filosóficas del a mor desplegadas en los sucesivos discursos de los comensales. Al abordar el discurso de Fedro distinguirá dos funciones: el amante, como el sujeto del deseo, y el amado , como aquel que tiene algo; inmed iatamente nos advierte que lo que el amado tiene sin saberlo no guarda relación alguna con lo que al amante le falta, por lo que la relación entre ambos se aleja de la idea de completud ; lo único que compartirán el amant e y el amado es el no saber, qué le falta y 18 Es decir, lo excluido en el centro, lo más ajeno, lo más rechazable e indecible para el sujeto pero aún así localizado en el centro. Foco medula r que funciona como polo orientador y como causa de la repetición del registro de la satisfacción sexual dotándola de una dimensión inercial, susceptible de modificación en función de la incidencia de la elaboración psíquica que de ello logre realizarse. 19 Platón, El Banquete , Caronte Filosofía, Buenos Aires, 2006 qué tiene respectivame nte. Pero lejos de ser en vano, el encuentro en el campo de la imparidad se erige como posibilidad del advenimiento del amor V eamos lo que nos d