PEDRO DONANGELO / Poco que decir (Barnacle, 2025) — ----------------------------- Pedro Donangelo. Nací en 1949, en el barrio de Floresta, Buenos Aires, pero mi barrio de adopción fue el Bajo Belgrano, en diagonal a la cancha de Excursionistas y frente al Río de la Plata, proveedor diario de éxtasis por amaneceres vistos desde un tragaluz. En un poema no escrito se aproxima un barco a fundar mi origen. Participé en el Taller Mario De Lellis y posteriormente en el taller de creat ividad de Alberto Mediza. Asistí al taller del grupo Grafein, originado en la Facultad de F y L. Publiqué en algunas revistas literarias, entre ellas, “Suburbio” del inefable Eugenio Mandrini y en “Mascaró”. Integré la antología “Poesía Argentina 1980”. Algunos blogs contienen mis textos y soy responsable de “El poeta ocasional” en https://epoelpoetaocasional.blogspot.com Ahora vivo en el sur de Mendoza, entre la ficción y la realidad porque sigo esperando que aparezca un barco en el horizonte del Río de la Plata. — ----------------------------- Con todo aquello que tiende a su fin también es válido construirse un mundo, un altar, un poema o un silencio más grande que el que podríamos imagin ar. De esos materiales están construidos los poemas que Pedro Donangelo incluye en “Poco que decir” (“¿oye el chirrido la flor altiva del patio andaluz? / ¿se oye en los millones de estrellas que nos separan?”). La palabra supone la experiencia, sugiere el autor; y la dicha y la tristeza son muchas cosas de cada día (“y el paso de una palabra por este cuerpo”). Así en un registro que no rehúye a la voluntad de inmediatez y verdad, en ocasiones con devoción e ironía, otras mediante la eficacia emotiva del ri tmo y la música, presenta la búsqueda de un saber inacabado, que exige una constante reformulación, el encuentro, el olvido y la disonancia entre la literatura y su imposibilidad factible: lo innombrable (“Ese no soy yo sino la verdad, / partes de resignac ión y de otros”). La poesía es la historia sin destilar; o dicho como suele el pueblo hablar a su vecino: la poesía hace el trabajo sucio, por lo cual reviste cierta importancia saber para quién se escribe (“Más que la lámpara del asceta o una siesta, / ne cesito un estruendo”). El perspicaz lector lo sabrá apreciar. Alberto Cisnero — ----------------------------- Apagón la luz de la vela proyecta sombras desmesuradas que me alejan hasta donde ella duerme (y tiembla) en la actitud de un cuadro. Muslos a los que sólo les falta el rosa porque “El Sueño” se revela sobre la pared — por la luz de la vela — en el pulso frenético de las sombras. — ----------------------------- Retrato junto al terrier encadenado en la espera, el vidrio me refleja junto a él y a una columna del alumbrado. Desde lo Otro, desde el interior del supermercado, ella arribará con su lista de vituallas al borde de mi fastidio y partiremos. También él, encadenado a los olores que ama. — ----------------------------- Leyendo “Las nieves del Kilimanjaro”, de Hemingway junto a los latidos del reloj recuerdo la imagen en partes de un ciego a espaldas del mar brilloso. Y no consigo aproximar los bordes. “El talento con siste en cómo vive uno la vida”. Y la otra de Hemingway que subrayo para describirme: “Cuando despertó, anochecía”. — ----------------------------- Un paseo al fin hiciste lo que pensabas: correr el clavo para ubicar casi en el mismo sitio un plato incomparable. Ese día o el día anterior al que corriste el clavo viajamos al centro, “pero la recluida, imprevistamente, apresuró el regreso” y próximos al Palacio de la Pizza abandonamos tu mirada en el mendigo que exhibía el pie partido. — ----- ------------------------ Parábola de una pelota de tenis curva plana, abierta y un punto fijo llamado foco. Ahora bien, partiendo de Física y atravesando la noche, surge con el primer resplandor, el mundo real abierto a la parábola de una pe lota de tenis arrojada por mi mano. Debajo de la línea, la carrera atolondrada de Timmy hasta el punto extremo suma otro instante al arcón de la dicha. Arriba truenan los pensamientos, los bárbaros despertadores, los que martillan a futuro, los que estremecen tu voz en el auricular, enmascarados en la ventaja de las sombras de un escenario presuntamente apacible. — ----------------------------- Se dice de lo precario se dice de lo precario: de poca estabilidad y duración. En otras palabras, el final en cualquier segundo anónimo, el espasmo de una hélice. Fragilidad, pánico en el 152, atiborrados y transparentes contornos de amenazas urdidas en algún tugurio de la mente que proyecta, a intermitencias, una estampida de luces de tubos fluorescentes. Voces enmudecidas inclinadas al borde de la nada. Y por fin, el apacible bip de una línea zigzagueante. No te apenes más de la cuenta. Pulso un botón mientras pienso en la precariedad del yo y el agua arremolinada arrastrará el amarillo co mo ayer. — ----------------------------- Últimos días en la calle Oro atardece. Brillante el cartel “Restaurante” se distingue con un marco de lamparitas de colores: cegadoras de lo contiguo, quizás una casa vieja. Al fin y al cabo, la tarde celebra la noche. Una ribera de puntos luminosos orienta al náufrago. Avista, después del restaurante chino, alguna que otra ilusión. — ----------------------------- La excavadora estorba la vista y anticipa otro paisaje. Los ciclos sólo imaginables de la enredadera en la pared de la escuela de cine, el rojo fragmentado de al lado. Nos atrajo la luz atorada en la ventana, pero años después de la crisis económica nos oscurecemos prematuramente. Estorba y apenas asoma, detrás de la pared que cerca el jardín, como un saurio aletargado por el domingo. El mecanismo y yo descansamos. Y nada se lo opone al aire fatídico de unas líneas más arriba. — ----------------------------- La escapada amanece en la ruta, sin niebla y aguzando la vista hacia el noroeste, El Nevado. El contorno difuso de la montaña llama al recuerdo del primerísimo actor frente al monte que menciona el otro personaje. “....la montagna mi pasanno per le palle” (o algo así), De cualquier modo, la belleza de las líneas irregulares de la natu raleza vilipendiada no excluye de manera absoluta otros goces de la contemplación según la película: una bikini se interna en el mar. Ofuscado, al cabo de varias horas de viaje, El Nevado corre la misma suerte que la del monte de la película. Otro día que se oculta reaviva el ansia de retornar a Buenos Aires lo antes posible. Ah, cubos y cilindros secos de “líneas irregulares”, brillantes noches de neón y por fin, nadie en una tapia esperando el atardecer. — ------------ ----------------- De perros cabizbajos a otro tema triste en el umbral, tristísimo como los otros perros de una traílla del paseo matinal... A la noche, la luz filtrada de origen desconocido traza dos o tres líneas sobre la pared, al costado de la puerta, antípoda de mi cabeza exhaustivamente reconocida por el mosquito que la orbita. Lo callado, en particular lo callado, siega el sueño. Conversan mujeres en el piso de arriba. Qué sucedió. “El amor fugaz estalla los circuitos”. Perceptibles unas pala bras, este mosquito desanima al curioso con impecable eficacia: el sostenido zumbido y algunas dosis de remordimiento. — ----------------------------- Enésimo abordaje a los árboles esfumados el auricular se desgañ ita en tu oído a la hora de la telenovela. El ruido corre encapsulado entre el silencio y desde mi punto de observación, el agua declinará en un techo hasta el marco negro de la ventana. Un recuadro de este momento indicado provisoriamente como frágil. Dif usa la vida, el tema, techo mediante, ruido y silencio presentes, se escabulle como aparece “los árboles esfumados del Bajo Belgrano”, Y en particular, la luz pulverizada en la curva. — ----------------------------- Pieza conclusa para una mañana bien temprano fluye, pero no tanto, como la fuente de un río, entre las piedras y a borbotones. Fluye de pronto. Ni la hoja seca navega los rápidos. Ni la tapa de una gaseosa. En la carrera desde la panadería contra Languidez, se revela la maravilla de una mañana bien temprano: rumor de cascada, aria del agua, felicidad que la pendiente de la calle precipita al sumidero. — ----------------------------- Una taza desde el otro día que la taza permanece delante de un portarretrato, banda de colores, ge nuina loza de oferta, el borde quizás pringoso y el interior manchado, sorbos con fruición en la dádiva de un día casi igual. La sobreviviente a mis torpezas, con destornilladores y letras, en particular con los utensilios de la mesa, oculta parte de la foto de los novios en el patio andaluz del Rosedal, unos años antes que yo, más de un lustro antes que la taza obstinada en colorear el gris de los últimos recuerdos. Llevo una vida tranquila, pero a veces los engranajes no funcionan bien. ¿oye el chirrid o la flor altiva del patio andaluz? ¿se oye en los millones de estrellas que nos separan? Días que persisto aquí, delante de una foto sepia, para calmar distancias, arrimado en una taza. — ----------------------------- Luz de Rembrandt reflejo de tu cuerpo sometido a la luz que una lámpara esparce en la pantalla del televisor apagado. “reflejo de tu cuerpo” y conjuro la rima: tu cuerpo reflejado/apagado porque no hablamos salvo lo imprescindible, tumbados en una jaula de memorias , contemplando la opulencia de la luz. — ----------------------------- Bajo Belgrano: la curva el camino no se curva — corrijo al recuerdo — sino a la altura del segundo monobloc. El bullicio de los loros y la sombra que se escurre alertaron sobre el recuerdo, cómo erosiona... Reposo del ciclista bajo el verde de un paraíso que estalla cada tanto una bandada de loros Otro verde ondula en el campo de golf como una melodía, un tono contrapuesto al d el fondo: cerca del río truena el avión que volará de los árboles. — ----------------------------- Fin del episodio el ring del teléfono alborota los objetos levemente perfilados de una pieza de hotel. Nadie contesta a la única llamada que recorre la ciudad. La lluvia, la mansedumbre, el detective recostado y tan semejante aun disimulando mi costilla hundida. Y sobre el fondo negro, la mano de una mujer desnuda se desploma del hombro como un cuerpo que explica por sí mismo el movimiento perpetuo. — ----------------------------- Claro de luna esto lo pienso cuando el reflejo del cielo abrillanta el borde de los platos apilados, el charquito del sifón: quien te escribe también te devora. — ----------------------------- Paisaje Un árbol gris y el ribazo al fondo. Un lugar transformado en Paisaje. De pronto, el revuelo de la cortina roza mi pierna, chispas de la realidad: la sude stada, el cartel “Peinados Dorita”... — ----------------------------- “Soy el germen del desorden” tu ropa y un lado de la frazada que te cubre amanecen en el piso. Cerca tuyo las cosas se desordenan y si las palabras te apuntan inmediatamente responden tus advertencias sobre el cenicero colmado o la canilla mal cerrada. Que no gotea, replico, aunque los pensamientos escuchen que desangra. — ----------------------------- Catástrofe en vacaciones una de tus preocupaciones, que la begonia se achicharre, se disipará al paso de la noche cuando el aire del ventilador te deslice hacia el sueño. Si te deslizara, si las cortinas no intentaran huir del ojo de la tormenta que refleja la furia de la hoja de afeitar con que d evasté de mi cara, miles de segundos. Un sueño clama nuestro cuarto agitado y más allá de perplejidades clínicas, sobrevive aún la simulación de la escena. El punto de apoyo de una viga, eso en el pecho, tu dolor. — ----------------------------- Agotamiento de las lámparas primero la del cuarto e inmediatamente después la lamparita de la cocina. Rápido funeral, sin constataciones, y ninguna de repuesto. Qué noche de escrúpulos. Y la lluvia de dos días, silenciosa y oblicua que encanta la mirada deshabitada. El resto de uno, quién sabe. ¿templando las resonancias de una máscara? Recuerdo a un tal fray Luis. Qué noche de vaticinios, qué apagada vida la que huye. — ----------------------------- Visión pequeño - burguesa alrededor de un árbol a las 19 y 52 asoma Fastidio porque se avecina un dolor de muelas más intenso. Y según Unamuno, minutos después, la tragedia. Hasta tanto reviso las perillas de la cocina antes de dormir. y me aseguro 50 mg de supervivencia. Basta de bacterias y pelusas en la mente. Borro el recuerdo de un jardín, pero la mirada tropieza, se triza con la soledad del ficus. Poco después de la Crisis y peculio medi ante, álgebra de equis vida transcurrida y trueque de una pared por un mini edén a la vista. Ahora el árbol ve, detrás del vidrio, a un humano desconsolado porque se avecinan, al inicio de cada día, otros olores, impertinentes olores de autos como gallos grises o negros. — ----------------------------- Condena a mi figura ese del espejo no soy exactamente yo, incluso la camisa parece otra: luce mejor de este lado. En el otoño de dos mil diez desisto del porte baudelaire, pero reniego de la exageración del espejo. El tiempo devasta y un árbol escuálido no se advierte en el fondo esfumado. Aquí, el primer plano registra la curvatura de la mitad del cuerpo en expansión implacable. Ese no soy yo sino la verdad, partes de resignación y de otros. De sigilosos fracasos. De tu amor que a duras penas me refleja. — ----------------------------- Palomas ya posadas el presente mínimo, después de la Crisis, arde la impiedad sobre sí. Amigos poco visibles o conmemorados en la vuelta al perro. Y nada o poco mejora. En el horizonte no se perciben otras señales distintas a tiempos de escasez y de hastío en sus formas más representativas: el ascensor que me engulle alrededor de las nueve para futilidades, o el locutor de noticias c on quien anochecemos. La imagen del día se anuncia: palomas, algunas palomas ya posadas en un cable. — ----------------------------- El devenir miro las estrellas y reviso los acontecimientos de ayer. Nada extravió el Recepcionista — otrora menos desafortunado — confinado a un rectángulo oscuro y ventanilla a la pared. Miro las estrellas exhausto de conclusiones antes del amanecer sobre el devenir de las cosas. Pero algo parece definitivo: Equis de tres años durmió en este cuarto. Aquí el pasa do lo explica el artificio, los autoadhesivos del cielo raso brillando en la oscuridad, el firmamento tan cerca que te calma. — ----------------------------- Espantado por una estatua viviente el pronosticador del tiempo anuncia lluvias. Nubes entonces. Cumulos nimbus, las más peligrosas, sobrevolando una vida incómoda entre la multitud. Cirrus, stratus otros nombres declamados por un coro de ilusión bajo una marquesina de la peatonal. Las primeras gotas, y antes del trueno, el susto del pibe al moverse lo inmóvil, parpadear lo fijo, parpadear lo oscuro. — ----------------------------- Envíos a domicilio un día pediste amor y toqué el timbre. Pegatinas como piezas de museo condecoran la puerta de la heladera, pero a quién llamar que no demore una motocicleta de emergencias del alma. Nosotros, los breves invitados, apagamos las luces en la noche clara. Sólo la luz emigrante desde un vidrio esmerilado, enfoca los restos de una pizza, alabados restos por la luz de al lado y los vestigios de las constelaciones. — ----------------------------- L4 - L5 un índice gigante, teratológico, presiona mi pierna y me obliga a permanecer tumbado en el cuarto observando el flash decolorado que emite cada tanto el viejo monitor y de un borde a otro, el logo de Windows como un ave en la jaula. Mi cabeza apagada, no irradia, hace infinitos días, un destello para trocar susurro por ensoñación. El dolor en L4, lumbar 5 disimula las tribulaciones del alma, harta de un cuerpo atormentado vacila su re lato entre planes o conjunciones estelares para la hora exacta de la fuga. — ----------------------------- Alrededor del fuego La valla que circunda el gomero sostiene una lona mugrienta. A su resguardo se amontonan bultos, un colchón, pedazos de cualquier cosa, y fuera del rectángulo, una silla mutilada. Trastos despedazados, invisibles e imaginables pequeñeces: Salmonella Typha, Bartonella quintana. Disonancias, asimetrías, frente a los abonados del Mozart eum Argentino esperando ingresar a sus butacas de terciopelo rojo. Mi conmiseración hacia ese depositario de asco, no encaja del todo, escaso de Utopía, el lubricante. Mi rostro pasa pegado a una ventanilla hacia el destierro de cuatro paredes, y me alejo de los dos hombres alrededor del fuego de un calentador bajo las robustas ramas. Las sombras tiemblan como si evocaran un pasado prehistórico. La luz que apago del cuarto y desaparece de los intersticios, antes que la expulse el sol, dice las últimas noticias sobre mí. — ----------------------------- Ida y vuelta del empleado que deviene en antropólogo de sí mismo el contrafrente del garage bordea el baldío: una pared gris cubierta por la enredadera, capilares a la espera de los fluidos del renacimiento. En el frente, por el contrario, reluce una E enorme dentro de un círculo celeste. No parpadea como la E del otro estacionamiento, a pocos metros, relumbrando las púas del alambre sobre el muro del ba ldío, el recodo poblado de nombres. Plantas, aves, felinos, Don Antonio a veces, Puros nombres, sin perífrasis, asolados en mi cabeza. Puro huesos. — ----------------------------- Memorando redactado con cierta urgencia espero en el Purgatorio: mi número de orden es millonario. Vocifero a uno de la Mesa de Entradas, más o menos visible, que vuelvo más tarde. También a la vida le aviso. En la sala de espera malinterpretan mi nombre. Fin de un desencuentro, aunque el final parece más lento que la propia espera. Me llamo como me llamo y espero volver con el nombre puesto de la anestesia del pasado (lo digo solemnemente) Enseguida vuelvo anuncia un cartel pe gado en la puerta. Al zapatero le pasa lo mismo. — ----------------------------- El viaducto, una aproximación La sombra oblicua que recorta el viaducto parece petrificada. Los autos no logran un punto de ascenso ni descenso. No es la luz al final del túnel, sino emerger a la nada. Melodramático el sesgo de tu mundo, exagerado como un tano, me dirás, pero no incluyas que exagero el dolor de cabeza en persistente contraste con la sombra y los autos. Hiperbólico, diría yo, afinador de palabras. Diré lo que pienso al emerger del viaducto. — ----------------------------- Escrito aún provisorio mira la pared y el verso que escribo no se anima. Después del primer aliento, el Gran Abismo. Los ve rsos no circulan nada, parten y retornan siempre por el mismo punto, una lenta estela que repentinamente oscurecen los nubarrones. Las paredes se alzan como olas y una chica en el Rosedal parece Merle Oberon, la del cine. Mira la pared y los versos que no circulan nada poco la reflejan. ¿Y si apaga la luz que acompaña la espera? Si apaga el miedo a la gigantesca oruga que se abalanza hacia el an dén en fuga, si apaga la luz a las noches del redoblante, ¿la muerte continúa? Las aguas desembocan en el Gran Abismo. “Nunca me habla”, le comenta a mi padre. Las aguas caen, ensordecen. — ----------------------------- Ejercicio de memoria para ge nte sobrante recala el día, así de vaporoso y sin beneficio alguno. Todo igual, alude el tic de lo absoluto. Anoto que el personaje pregunta por alguna taberna o restaurante. El de pantalones rojizos no contesta, alza los ojos al cielo, pensativo, observa el abismo que estruja el aire. Paseantes del fin de semana. Aquí, el espejo me refleja el cielo completo. — ----------------------------- Versión topográfica de la orina de mi perro ahora, ocioso, paseo a mi perro en horas desacostumbradas. Incómodo (o algo así, no definido) por la frecuencia de mis circunstancias en los ojos de los demás, bordeamos otra vez el paredón rojo y me detengo para crear la versión topográfica de su orina. Una isla, un archipiélago donde brama el mar y azota al acantilado. La isla se extiende sobre un país siempre en ciernes. Más que la lámpara del asceta o una siesta, necesito un estruendo, ahora ocioso y repetido en los ojos de enfrente. — ----------------------------- Una advertencia innecesari a en mi caso posible retrato de mí, repantigado en el sofá esperando que hierva el agua de la pava. Colores fluorescentes y el blanco de pelos hasta la punta del rabo casi nunca incólume sobre el fondo gris algo verde del nuevo tapizado, pantalon es de azul o el azul de los pantalones, casi imperceptible giro hiperrealista que incluye a la jirafa de madera, manchas marrones, bordeadas de amarillo, y al tono impuro de lo que pienso, entre otros matices. “No compartir el mate”, dice el espectro de la muerte número 743. Se anhela el borboteo del agua de la pava y el paso de una palabra por este cuerpo, tan bien acomodado. — ----------------------------- No es mi culpa está chueca otra vez, me decías en un primer plano con las últimas noticias como fondo: agónicos en tránsito al Purgatorio acarreando el portasuero. Ni el César del húmero malo te redime, dice la radiografía. Lo oscuro y luminoso, pero en particular, la asimetría de lo oscuro en nuestros años j untos. Chueca otra vez: botones de tu camisa que no coinciden con los ojales. — ----------------------------- El laberinto según quien recorre estos días “No habrá nunca una puerta”. Hasta aquí Borges y aquí, el pensamiento que rema insistente sobre el reflejo de una ventanilla. Dúo de luces de los autos avanzando hacia un punto cardinal incierto ¿reverso del sur me aproxima Borges? Un hilo, la cuadrícula de la ciudad, no me aproximan al deseo de mis días, sino a la futilidad, casi al encontronazo con alguien repentino, evanescente, entre las estanterías y casetas de un supermercado. — ----------------------------- Vista preliminar del barrio de Once prevalecen las paredes infectadas de gris, balaustradas en peligro de extinción. Ventanas art nouveau confrontan con otras ojivales. Ventanas de pensiones revela la persiana ladeada, el mínimo watt. Tres piletones, dispuestos para una sentencia, atraviesan la perspectiva hacia el tinglado de la calle próxima. Nada singular. Celofanes — como cierta medusa — de cajas diseccionadas. La dosis suficiente de espanto. Se recomienda estrechar los márgenes, desplazar el cortinado al meridiano cero, a un estado de gracia, los enfermos de este piso. La panorám ica, entonces, se reduce a un resquicio y el observador troca en un fisgón. La vida delata acecho y llovizna en los mismos días. — ----------------------------- Como Chéjov minutos antes del canto del zorzal o de la alarma del despertador, empieza a lamer mi cara. El péndulo vivace del rabo expresa la urgencia de visitar el árbol y las mismas baldosas, pero, especialmente reconocer la marca de su propia vida indiferenciada y aunque nunca leyó a Chéjov sigue el consejo sobre la escritura en c uanto a su esencia: oler como la primera vez a diferencia del amigo que despierta, que rastrea la pista del error existencial, entre las brisas y las tormentas de los recuerdos. — ----------------------------- Abrupto de murga no acarreo otro bagaje que este mirar por la ventanilla. Busco mi destino en un solo sentido, literal y geográfico. Las calles retroceden, acierto mejor si digo que el colectivo avanza. Las calles retroceden y piensan por mí, desaceleran su huida cerca de la curva del lag o de Palermo. Un ensayo de repiqueteo se oye alto y más alto, pico del último fervor, pausa o silencio, abrupto de murga al atardecer. — ----------------------------- Una mancha el último de la fila en el descampado, en la senda de regreso del circo a la casilla de madera. (El pudor no resistió la embestida.) El último, mojado, pero