1 Líneas Insurrectas Una producción de la colectiva feminista Las Malcriadas 2 Esta es una producción original de la Colectiva Feminista Las Malcriadas en Julio 2020, Managua, Nicaragua. Autora: Concha Armas Producido por: Jennifer Corea Coordinación territorial por: Cristiana María Dirrección por: Gina Editado por: Susan Ilustraciones por: The Introvert Bee Diseñado y diagramación por: Peyote Paz 3 Líneas Insurrectas 4 5 Las historias narradas en estas líneas, son referentes legítimos de las luchas y revoluciones que han vivido mujeres jóvenes y adultas de diversos lugares del país. Procuran visibilizar esas otras vivencias y voces, que aunque existen a nuestro alrededor, es más difícil que sean reconocidas por encontrarse en territorios fuera de los centros de poder. A través de estos escritos rescatamos las realidades que se sienten más allá de lo urbano, así como las experiencias personales de re- beldía y descubrimientos colectivos entre mujeres, quienes plantean críticas fuertes y lógicas ante el actual régimen dictatorial que gobi- erna Nicaragua. Sí, es cierto, estas letras se encuentran cargadas de duelos, melan- colías, tristezas y dolores que aún están presentes, pero no se podría dejar de afirmar cómo la resiliencia, el amor y el deseo por construir sociedades justas e inclusivas, siguen siendo esa fuerza que motiva a muchas para luchar. Por medio de estas lecturas, entendemos la importancia de crear nuevas narrativas, donde el miedo ya no exista más y se pueda hablar claramente sobre lo que está sucediendo, pero también donde exista un espacio para cada una desde su diversidad de pensamiento y de acciones. Estas palabras reflejan la esperanza que habita a pesar de tanto con- flicto, porque la edificación de nuevos pensamientos no olvida la historia, sino que construye memorias para no repetir los mismos errores. ¡Qué la esperanza sea guía y el fuego de otras mujeres nos acompañe! PRÓLOGO 6 7 ¡Qué nuestras voces se escuchen en el campo, en la ciudad y donde sea que haya una mujer que quiera sentirse libre, porque no estaremos más solas, hoy, caminamos juntas! 8 9 El Viaje 10 ¿Te acordás cuando aprendiste a andar en bicicleta?, ¿Lo feliz que esta- bas cuando pedaleabas y el viento te acariciaba la cara? Bueno, pues cuando estás tras las rejas, presa, siendo inocente, te da tiempo de recordarlo todo, hasta el último detalle. L l egué a la cárcel un 28 de octubre, aunque era estación seca, hacía un frío capaz de hacer doler los huesos y la carne. Recorría mi piel desnuda, cuando me ordenaron quitarme la ropa. Sacudía y habitaba todas las partes de mi cuerpo, con cada mirada, con cada palabra —hacé esto...ponete así... todavía no podés vestirte... —. El sufrimiento era interminable, me agotaba, pero tenía que resistir. ¿Cómo llegué aquí? Se preguntarán, y sí, es una historia que merece ser contada. El activismo es algo que se siente, sentís la sangre her- vir con cada injusticia, cuando ves la muerte de cientos de jóvenes y sobre todo cuando sabés que el culpable descansa en su silla de oro y poder, mientras bebe agua extranjera embotellada. Aquella tarde mi novio y yo caminábamos hacia la iglesia, llevába- mos agua, comida y una bandera azul y blanco que nos cubría. De re- pente oímos unos gritos: — ¡Los zopilotes capturaron a Chico! —decían desde sus casas los vecinos. Chico era nuestro amigo, teníamos que ayudarle, así que tomamos una bicicleta y pedaleamos sin detener- nos, pensando que tal vez podríamos llegar a tiempo para rescatarlo. El viento nos golpeaba, íbamos a toda velocidad sintiendo cómo el odio y profundo deseo de venganza nos llenaba. Todo pareció pasar en un segundo, la camioneta llena de los mis- mos zopilotes nos alcanzó, estaban delante de nosotros y tuvimos que frenar. ¿Alguna vez han sentido que tienen una carrera contra la muerte?, ¿Se acuerdan cuando de niñas jugaban con alguien que siempre 11 hacía trampa? Lo que vino después no lo quiero recordar, patadas, gol- pes, ropa mojada, encierro, hambre, ir de un lado a otro y de nuevo, lo mismo. Es difícil entender que tu realidad es una que te obligan a vivir y no lo que vos decidís. Estaba capturada, era una rehén de los poderosos, para quienes decir la verdad era un crimen. Todo empeoró cuando inicié a pelear con mis carceleras, lloraba mucho, no quería que mis hijos se enteraran de todo lo que estaba viviendo. Me sentía tan en- ferma, estaba débil, pero seguía haciéndome la fuerte. La vida se me iba lentamente. Hay momentos donde descubrís que vos misma sos la única persona que puede salvarte. Yo lo hice por mí y por los que amo. Un día me dijeron que estaba libre, creí que ya había olvidado el significado de esa palabra. Entonces regresé a casa, tenía que lavar- me las heridas de la piel, pero también las del alma. Fueron otras mujeres las que me ayudaron a sanar, y es con ellas mismas con las que intentamos construir un nuevo país, donde de verdad nos dé gusto estar. Hoy, estoy aprendiendo de nuevo a andar en bicicleta. 12 13 Peregrina 14 E l viejo reloj de la casa cantaba las dos en punto de la madru- gada, sí, cantaba. Ese reloj estuvo siempre en la misma pared, pero nunca había representado tanto: una carta de despido del hospital al que le di 15 años de mi vida, difamaciones, la orden para capturarme, una vida interrumpida y ver mis sueños yéndose como pintura que se va lavando por las lluvias. Pensándolo bien, el invierno de aquel año había sido uno de los más crudos, fríos y tormentosos. Retumbaban los cielos como ha- ciendo eco de la podredumbre que vivíamos. El agua corría por las calles intentando lavar la sangre de tantos y tantos corazones jóve- nes convertidos en caminantes hacia el cementerio municipal. El reloj cantaba las dos, los torrentes de lluvia caían sobre las tejas de mi casa y parecía que las escuchaba quebrarse, pero creo que sólo era mi alma que estaba fracturada. Los sonidos se confundían, veía a mi bebé en mis brazos, su cuerpo estaba caliente, el termómetro se leía en 39 grados, no dejaba de llorar y yo me negaba a dejarlo. — Échate la bendición, encomendate a Dios y andate — decía mi madre entre lágrimas, esa mujer que durante años había estado a mi lado, cuidándome, amándome y sanándome. Me fui, tenía que cruzar al otro lado del charco, el camino era obs- curo, no se le veía final. Éramos demasiados en número, pero más grande era la esperanza de regresar por todo aquello que dejábamos atrás. Me acompañaba una mochila en mi mano, el odio que sentía por los malditos cadejos que habían convertido mi vida en un infierno y el profundo deseo de volver mi vista y caminar de vuelta a casa, por mi hijo, por mi madre, pero también por mí, por mis montañas, mis tierras y mi gente. En ese punto del camino todo se veía tan lejos, a donde sea que mirara — Apúrese que el camino es largo y el lodo sólo nos paraliza —igual que lo hace el miedo, pensé, mientras me hablaba 15 un chavalo que estirando su mano me ayudaba a pasar el charco que nos separaba de la falsa Suiza. Llegué a la frontera a las cinco de la mañana, había tanta gente esperándonos, pero yo me sentía igual de sola. Diez meses viví allí, lejos de casa, lejos de mis amores, comiendo sin sentir sabor, andando sin saber exactamente a dónde ir, pero segura en cada paso, procu- rando ayudar a quienes estaban más cerca. Solo yo sé todo lo que sufrí, no entendía cómo te podían hacer tanto daño por pensar dife- rente. Tenía que aceptarlo, era una enemiga del sistema, pero cuan- do te das cuenta de algo así, no sabes cómo reaccionar. Es aceptar también, que quien te quiere ver muerta o tras las rejas de una cárcel es quien tiene el poder, un poder que vos no tenés, que ni siquiera imaginás. Entonces, aparece el miedo, la angustia, el llanto, y tenés dos caminos: seguir adelante o esperar el final, esperar que tus mis- mos sentimientos te consuman. Yo decidí continuar. Un día, entre todo el alboroto de emociones que vivía, recibí un mensaje: — Si no pudimos con vos, va a ser con tu hijo, pero nos vamos a desquitar —. No lo iba a permitir y volví, a pesar de todo lo que sentía. A veces el amor de una madre es la fuerza más poderosa del mundo, lo había aprendido de la mía. Ahora, estoy aquí en la misma casa, escuchando al reloj de la pa- red cantar cada hora, con el mismo odio, viviendo en el encierro per- manente, cuidándome hasta de mi sombra y sin hablar con nadie, pero intentando sanar, caminando con otras mujeres, soñando con una Nicaragua donde todas seamos felices. Una Nicaragua que no nos mate, que nos escuche, que nos tome en cuenta. Estoy pensando también en cómo construirla. ¡Abandoná el miedo, cada día somos más mujeres las que estamos juntas! 16 17 Voces 18 D esde niñas nos educaron para guardar silencio — calladita te ves más bonita — me decían. El problema es que llega un momento en el que ya no soportás más el peso de las palabras que nunca has dicho, entonces las gritás, decidís rebelarte, te revolucionás, porque hay otras iguales a vos, intentando hablar, intentando ser escuchadas. Pero, ¿Cómo saber si las decisiones que tomamos son las co- rrectas?, ¿Si es momento de ir por lo que queremos o tenemos que permanecer en pausa, sin movernos?, ¿Esto es realmente lo mejor? Me he hecho esas preguntas dos veces en mi vida. La prime- ra, cuando me reconocí como sobreviviente de abuso sexual y descubrí que debía decirlo, porque no era culpable y había otras afuera que necesitaban fuerzas. A veces sólo tenemos esa gran hambre de ser escuchadas. La segunda vez fue en el 2018, cuando abandoné mi tierra y el sueño de un hogar. El tiempo fue mi peor enemigo y el exilio era mi única opción después de todo lo que viví. El 2018 fue como un tornado de emociones, pero también de eventos, sí. Organicé a mi comunidad entera, la prepa- ré para enfrentar a un régimen que nos asesinaba, giraron una orden de captura contra mí y me querían muerta o tras las rejas, lo que sucediera primero. Pero había algo más, el 2018 era el resultado de todos mis años de vida, de los años de muchas y muchos otros que me acompañaban. El 2018 inició cuando nos quitaron el miedo de guardar lo que nos hace daño. 19 Yo crucé el charco en invierno, llegué sin nada, sin un peso en la bolsa, sin sueños, ni esperanzas. La Cata que conocía, no existía más. Inicié entonces, un proceso crudo conmigo misma, necesi- taba reencontrarme, darme tiempo. El camino fue doloroso, resulta complicado descubrir esas partes de vos que aún due- len. Busqué el consejo de mujeres sabias, que me permitieran dinamitarlo todo, deconstruirme y construirme de nuevo. For- mé mi propia tribu. Vivir entre mujeres me enseñó que podemos cambiarlo todo. Ahora, sé que me encuentro acompañada y renazco cada vez que quiero en los abrazos de mis compañeras. Nues- tras luchas son cada día más visibles, pero entiendo la impor- tancia de quedarme un rato a solas conmigo. ¡Nuestras voces resuenan como un eco en el viento de la tem- pestad, hoy, ya hemos perdido el miedo! 20