1 Carlos Baza "Calabaza" 2 Emilio Sanjuán nació en Madrid, ciudad en la cual ejerce la nobilísima profesión de maestro, con especialización en las áreas de expresión. Alternativamente, cultiva la literatura juvenil, campo en el cual ha publicado ya dos textos exitosos Carbonilla, un duende con chistera y zapatillas y Carlos Baza "Cala — . baza", con el cual obtuvo un segundo premio en el concurso Barco de Vapor, que realiza anualmente en España la Editorial SM. Novela colegial por excelenc ia, esta que ahora ingresa a nuestro fondo de vacaciones, debidamente expurgada de españolismos desorientadores, suscitará con seguridad una acogida entusiasta tanto por su potencialidad humorística como por su originalidad y sorprendente frescu ra. 3 Dentro del g r emio de pedagogos escritores, Emil' Sanjuán loga con esta simpatiquísima historia juve nil un puesto de relevancia indiscutible. 4 5 Dirección Editorial Susaeta Ediciones Coordinación de Diseño Ana P. Mejía Gruesso Diseño do Carátula Claudia M. Alarcón Alarcón Ilustraciones María Luisa Torcida Dirección Unidad de Literatura Pablo Quintero Copyright @ 2006. Segunda Edición Editado por Susaeta Ediciones S.A. Impreso por Susaeta Ediciones S.A. Impreso en Colombia — Printed in Colombia Pro hibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita de la editorial. ISBN: 958 — 07 — 0180 — 6 6 ÍNDICE 1. CARLOS BAZA "CALABAZA" ................................ ........................... 7 2. IMPOSIBLE DE ABURRIRSE ................................ .......................... 12 3. SALTASILLAS, SALTAMESAS ................................ ........................ 18 4. Ml VOZ ES LA TUYA ................................ ................................ ....... 21 5. ¿GENIO O TRITON? ................................ ................................ ........ 31 6. DE COLOR VERDE ................................ ................................ .......... 39 7. DOS KILOS DE TOMATES ................................ ............................. 48 8. ¡QUÉ LE DURE MUCHOS AÑOS! ................................ ................... 57 9. iSALVESE QUIEN PUEDA! ................................ .............................. 64 10. RUIDOS EXTRAÑOS ................................ ................................ ..... 73 11. GOL EN EL CRISTAL ................................ ................................ ..... 88 12. CARAMELOS ALADINO ................................ ............................... 94 13. ¡A L CUERNO, CALABAZA! ................................ ......................... 103 14. LA PRIMAVERA ................................ ................................ ........... 110 15. UN HERMOSO PINO ................................ ................................ ... 117 16. CREC ER POCO A POCO ................................ ............................. 121 17. LAGRIMAS AZULES ................................ ................................ .... 124 18. ¡ADIOS, AMIGO! ................................ ................................ ........... 132 7 1. CARLOS BAZA "CALABAZA" Su nombre era Carlos Baza, aunque todos le llamaban Calabaza, pues entre el sonido de su nombre, las notas que sacaba en el colegio y otras cosas más , se que daría durante mucho tiempo con esa curiosa hortaliza como apodo. Carlos Baza, mejor dicho, Calabaza, era bajito y moreno, de cara redonda y nariz regordeta. Cierto día, en clase de ciencias, su maestro le preguntó: — Carlitos, ¿de dónde sale el azúcar? Cala baza, después de pensar durante un buen rato, respondió: — Del azucarero — y se quedó tranquilo. Claro que nuestro protagonista aún estaba en tercero de bachillerato y se le podían perdonar algunos errores. Pero otro día, don Serafín, que así se llamaba el m aestro, le hizo la siguiente pregunta: — A ver, ¿qué pesa más, un kilo de paja o un kilo de plomo? Calabaza puso cara de sorpresa y, al rato, replicó: — Depende. 8 — ¿Depende de qué? — se interesó el maestro, muy extrañado. — Depende de lo que usted quiera que le conteste — añadió Calabaza — , porque una cosa es lo que todo el mundo cree, y otra la que yo creo. — ¡Ah! — dijo el maestro, con la boca muy abierta — . ¿Y qué es lo que todo el mundo cree? — Pues que pesa igual un kilo de paja que un kilo de plomo. — Muy bien, muy bien, Carlitos. ¿ Y qué piensas tú? — Que pesa más el kilo de plomo que el de paja. — Explícame por qué. — Don Serafín — respondió el muchacho — , si le cayera un kilo de plomo en un pie, ¿cree usted que le dolería igual que uno de paja? Esta vez no había di sculpas para Calabaza, pues ya era más mayor: estaba en cuarto curso. Pero vamos a seguir diciendo cómo era Calabaza: Tenía los ojos grandes y negros, y cuando algo le sorprendía, se le ponían aún más grandes y más negros. 9 Sus manos eran morenas y pequeñas , y tan nerviosas, que daban la impresión de tener los dedos sueltos. Nunca se estaban quietas. Tocaban todo lo que se encontraban por delante. En la mejilla derecha lucía un lunar que parecía una bolita de carbón. Su tía Ernesta decía que ese lunar había sido un antojo de su madre, ya que le gustaban mucho las pastillas de regaliz. Tía Ernesta tenía cada cosa... Lo que más le apetecía a Calabaza era correr, correr a lo loco sin rumbo fijo. Siempre iba con mucha prisa montado en su "vaca". Sí, su vaca era una bicicleta grande y vieja que su abuelo le construyó mucho tiempo atrás con piezas de otras bicicletas ya inservibles, y como tenía el manillar muy grande, que más parecía unos cuernos, la llamaba "la vaca". La vaca carecía de frenos; Calabaza frenaba intr oduciendo la zapatilla entre la horquilla y la rueda; así, lo que ahorraba en freno, lo gastaba en suelas. Tampoco tenía faro ni piloto. La vaca llevaba el piñón fijo; por eso, cuando Calabaza bajaba una cuesta, quitaba los pies de los pedales y los coloca ba sobre la barra. Un día la pintaba de rojo; otro día, de verde; y otro, de un color rarísimo. Hasta que su madre se cansó 10 de darle dinero para pintura y la vaca se quedó un poco de cada color. Calabaza tenía un carácter muy especial. Cuando se enfadaba, tiraba las cosas por la ventana. Y si algún mayor le preguntaba cómo se llamaba, ni siquiera contestaba. Era bastante ahorrador; tanto, que, según decían sus compañeros, se había convertido en el niño más tacaño del mundo. En cierta ocasión se compró una b olsa de pipas. El Ratita, que así llamaban a uno de sus compañeros, le pidió unas pocas. Calabaza le dio dos pipas y le dijo que con eso tenía suficiente. Otra vez, se estaba comiendo un enorme bocadillo de queso. Pelotilla, otro compañero de clase, le pid ió un poco. Calabaza le quiso dar los agujeros del queso. Esta forma de ser de Calabaza tenía preocupados a sus padres. Pero lo que más les preocupaba de él eran sus grandes despistes y, sobre todo, su desbordada fantasía. Eso sí, fantástico, ya lo creo qu e era. Hasta el punto de que afirmaba que las lagartijas y los tritones hablaban. 11 — ¡Profesor , un buey volando! — decía de vez en cuando, a gritos, en clase. Entonces todos los niños se levantaban de la silla y se asomaban a la ventana. El maestro siempre lo t enía castigado, por estas y otras razones. Era tan distraído, que continuamente le ocurrían cosas sorprendentes, como aquella vez que estuvo esperando en la puerta del colegio todo el día para entrar, y, claro, el colegio no lo abrieron porque era domingo. O como aquel día que su madre lo mandó a la tienda a comprar una col y dos kilos de nabos, y Calabaza le trajo un caracol y dos pavos. — ¡Ay, Carlitos, ¡cuándo te harás un hombre y te irás a la «mili»! ¡A ver si allí aprende s ! — le decía su madre cuando la sacaba de quicio, cosa que sucedía a menudo. Pero luego, cuando se le pasaba el enfado, no quería que su hijo se marchase nunca de casa. Calabaza quería mucho a su madre. Un día de primavera, recogió flores silvestres y se las regaló. Ella se puso muy cont enta, pero cuando le enseñó las pésimas calificaciones que traía, lo agarró por los pelos de la coronilla y le dijo: — ¡Ay, Carlitos! ¿Cuándo te harás mayor? 12 2. IMPOSIBLE DE ABURRIRSE En el valle, había un río. Al lado del río un pueblo. Detrás del pueblo, tres enormes montañas rocosas y puntiagudas. Y entre las montañas, una presa en donde trabajaba de guarda el padre de Calabaza. Que llovía mucho, el padre abría las compuertas. Que había sequía, el padre cerrab a las compuertas y esperaba a que lloviera. Para Calabaza no existía en la tierra otro trabajo tan importante como el de su padre. El pueblo no era tan grande ni pequeño. Tenía un colegio, una iglesia y hasta un huerto. Que llegaba primavera, el pueblo se vestía de verde y venían las cigüeñas. Que llegaba el verano, el pueblo se ponía todo de color amarillo y los niños se bañaban en el río. Que llegaba el otoño, el pueblo se llenaba de color marrón y se marchaban las cigüeñas. Que llegaba el invierno, el pu eblo se volvía todo blanco y los niños jugaban con la nieve. Así era imposible aburrirse. Había calles asfaltadas y calles de tierra. A Calabaza le gustaba más jugar en las calles de tierra que en las de asfalto. 13 En la plaza se encontraba el colegio, aunqu e todo el mundo lo conocía como "las escuelas"; había ocho clases y ocho maestros. La clase de Calabaza daba justamente a la granja del tío Paco, que criaba cerdos. Cuando el viento soplaba en dirección al colegio, tenían que cerrar todas las ventanas. Don Serafín, el profesor de Calabaza, era un hombre bajito, muy bajito: tan bajito que, un día, "los de quinto" lo confundieron con otro niño y le atizaron un balonazo que le hizo añicos las gafas. Sus orejas, grandes como tapaderas de cacerolas, y su nariz, larga como un salchichón, le daban un a s pecto inconfundible, incluso desde lejos. Tenía un bigotito con muy pocos pelos, a modo de procesión de hormigas; cuando se enfadaba, se le ponían tiesos como alambres. Siempre vestía la misma bata gris con dos grand es bolsillos. Parecía un peluquero. En total, eran veinte alumnos: diez niños y diez niñas. Pero estaban separados: en una fila se sentaban los niños, y en la otra, las niñas, porque don Serafín afirmaba que, estando todos revueltos, podían caer rayos. Par a Calabaza era difícil comprender lo que el maestro trataba de decir con eso, pero la verdad era que lo repetía constantemente. 14 Las chicas se portaban muy bien en clase. Los chicos, por el contrario, eran unos brutos y unos salvajes; al menos eso aseguraba don Serafín. — Lo que ocurre es que las chicas son unas "mosquitas muertas" — decía Calabaza — , y a los niños, como nos tiene ojeriza. . . Una tarde, don Serafín se encontró un grafito en la puerta de los servicios: "Don Serafín tiene cara de calabacín". Se enfadó tanto el profesor, que dejó a todos los niños castigados una semana sin recreo. Pero la vez que más se indignó don Serafín y la que más se le erizaron los bigotes fue cuando Calabaza apareció en clase con las sábanas pegadas. Sí, las sábanas pegadas , porque al levantarse por la mañana, y con las prisas, Calabaza se las prendió con la correa del pantalón y se marchó así hasta el colegio. Cuando entró en clase, don Serafín y los niños, asustados, salieron corriendo, incluso algunos saltaron por las ven tanas, creyendo que se trataba de un fantasma. El maestro, cuando descubrió que era Calabaza el que hacía de fantasma, exclamó, dirigiéndose a toda la clase: — i Ya está bien! ¡ Me tenéis hasta el gorro! ¡ Me voy! ¡ Os quedáis sin maestro! 15 Todas estas cosas d ijo don Serafín en menos de un segundo; y quitándose la bata sin desabrochársela, la lanzó al suelo, la pisó y la tiró a la papelera. Menos mal que los niños trataron de convencer a don Serafín para que no se marchase, prometiéndole que se enmendarían. Y , claro, se quedó. Un lunes llegó al pueblo un señor vestido de negro y con un maletín en la mano. Algunos pensaron que se trataba de un pistolero de esos que salen en las películas. Otros le confundieron con un inspector de Hacienda, al verlo tan serio. P ero no; resulta que ese señor era, nada más y nada menos, el inspector de educación, que venía a visitar a los maestros y a los niños. Ese día don Serafín se presentó en clase con un traje nuevo y peinado con la raya en medio. 16 Un niño dijo que se parecía a la mona Chita. Menos mal que l o dijo muy bajito, y don Serafín no se enteró, Menos mal... El inspector estuvo hablando con don Serafín durante un largo rato; luego, empezó a preguntar a los niños. — A ver — dijo a Calabaza, seña lándole con el dedo — , ¿quién pintó "Las Meninas ”? Calabaza se puso muy nervioso, aunque no tanto como el profesor, y, al rato, contestó: — Yo no he sido. — ¿Cómo que usted no ha sido? — No, no, señor. Yo no he pintado nada esta vez — insistió Calabaza. Don Ser afín creyó haber oído que quién había pintado las "mininas", y le dijo al inspector: — Mire usted, el otro día encontré una pintada en la puerta de los servicios que decía: "Don Serafín tiene cara de calabacín", y fue él quien lo hizo. Ahora también estoy seguro de que ha sido él. Lo que ocurre es que este niño no es muy sincero que digamos. 17 El inspector se quedó mudo de asombro, salió dando un portazo y fue a ver al alcalde, el cual, al verlo tan malhumorado, le preguntó: — ¿Qué le ocurre? — Vengo indignado. He preguntado a un niño que quién ha pintado el cuadro de "Las Meninas" y me ha respondido que él no ha sido. Luego, su profesor me dice que seguramente el autor es el niño, pero que como es un mentiroso no lo quiere admitir. ¿Qué le parece a usted? — Muy mal — dijo el alcalde moviendo la cabeza — Seguramente ha sido el maestro y le echa la culpa al chico. 18 3. SALTASILLAS, SALTAMESAS El padre de Calabaza hacía el turno de noche en la central eléctrica. Por esta razón, todas las tardes, al salir del colegio, Calabaza subía hasta la presa para llevarle la cena. La carretera era estrecha y llena de curvas. Como tenía mucha pendiente, Calabaza montaba de pie sobre los pedales de su bici para hacer más fuerza. Sin embargo, cada tres pedaladas, tenía que apearse y meter la cadena en el piñón. Así, poco a poco, llegaba hasta la central. Sultán, un pastor alemán con muchos años, era el perro del guarda de la presa. Cuando olía al ciclista, desde lejos, salía a recibirlo dando coletazos y emitiendo ladridos de contento. En cierta ocasión, Calabaza se cayó de la bicicleta por no pisar a Sultán y los dos roda ron cuesta abajo hasta caer en una caca de vaca. Cuando Calabaza llegaba a la central eléctrica, sacaba un caramelo del bolsillo y decía: — Dame la mano — y Sultán se sentaba y estiraba la pata, y gemía, pero de alegría. Los dos, niño y perro, entrecruzándos e, corrían hasta la caseta donde se encontraba el padre. 19 Calabaza le daba un beso, le dejaba la cena y saludaba a don Felipe, el ingeniero de la central. — ¿Hay que estudiar mucho para llegar a ser ingeniero? — preguntaba siempre Calabaza a don Felipe. — iUf ! Muchísimo — respondía el ingeniero. — Eso es lo malo — comentaba Calabaza, y se marchaba. Después de jugar un rato con Sultán, Calabaza volvía a montar en su "vaca" y corría carretera abajo. El regreso hasta el colegio era más cómodo: no había necesidad de pedalear... Algunas veces se paraba en el camino para apresar grillos, lagartijas y saltamontes. Estos últimos, cuando llegaban a casa, cambiaban de nombre: saltasillas, saltamesas... Una vez consiguió capturar una culebra, más nerviosa que un muelle, y se la llevó a casa para criarla y alimentarla. Cuando su madre vio la bicha, se enfadó muchísimo, la tiró por la ventana y obligó a Calabaza a lavarse las manos cinco veces seguidas. La pobre madre tenía que reñir constantemente a su hijo, por estas y otras caus as. 20 Las veces que más coscorrones se ganaba Calabaza era cuando molestaba al gato. El pobre minino tomaba las de Villadiego cada vez que su perseguidor se arrimaba a él. Un día, la molestia fue más allá de lo normal pues Calabaza sorprendió dormido al gato en su cesta; lo atrapó con un saco y le colocó en cada una de sus garras medios cascarones de nueces, Y luego lo soltó. El gato salió del saco despavorido porque los cascarones de las nueces se le encajaron entre las uñas y las almohadillas de la garr a. El animal, que no estaba acostumbrado a calzar zapatos de tacón alto, dio unos saltos terribles y corrió espantado por toda la casa, hasta que, en una revuelta del pasillo, se topó con el jarrón que allí había, regalo de tía Ernesta, y lo hizo trizas.